sábado, 28 de abril de 2018

PERDONE LAS DISCULPAS


Normalmente no nos damos cuenta de la enorme cantidad de información que transmitimos con pocas palabras. Lamentablemente, esa información no siempre va en el mismo sentido, lo que provoca a veces malas interpretaciones, confusiones y hasta paranoias. Un fenómeno particularmente informativo y complejo es la disculpa ante actos legalmente no punibles, pero perjudiciales para una o más personas.

Para empezar, debe notarse que pedir perdón puede ser un acto sentido de constricción, o puede ser un acto de hipocresía. Cada vez que veo una película yanqui donde un protagonista dice “ok, I’m sorry”, tengo la misma sensación: en Estados Unidos las disculpas casi nunca son sinceras, y simplemente hay un acuerdo tácito en la sociedad según el cual quien se mandó una cagada puede ser perdonado diciendo tres palabras en voz alta, y no importa mucho el sentimiento real tras ellas.

En ocasiones, la disculpa toma el lugar de una mini humillación pública. A mí me suelen provocar mucha vergüenza ajena las disculpas obligadas que le piden decir a una niña delante de otra (y del resto de sus amigos/as) que ha sido perjudicada. La degradación ocupa el lugar de una suerte de “ojo por ojo”: perjuicio inicial (físico o financiero) a cambio de oprobio público.

Pero en general el costo de la humillación es menor, porque no siempre nos obligan a disculparnos ante gente que considera este acto como algo degradante (como en el colegio). Es por eso que la mayoría de quienes reciben disculpas nunca se sienten plenamente compensados. Suelen quejarse de que el que se disculpó no lo dijo “de corazón”, o que no lo repitió suficientes veces, o que no lo señaló ante quienes debía. Y por supuesto, cuanto mayor la macana, mayores serán los requerimientos para crear una disculpa lo más costosa posible.

Es que en la práctica al “arrepentido” se le escucha diciendo “reconozco que lo que hice está mal”, pero nadie puede evitar pensar qué él también está pensando “pero soy consciente de que puedo arreglarlo con unas pocas palabras con costos casi nulos”. Lo que realmente se desea es que los retractados sientan remordimiento, o humillación, o culpa. Necesitamos que la persona que damnificó a terceros sufra un poco. Pero como ya no somos cavernícolas y la sociedad nos obliga a aceptar puras palabras como disculpas, es normal que a los dañados les quede gusto a poco. 

Pero ¿hay formas de expresar disculpas de modo que el receptor pueda sentirse mejor sin experimentar esa sensación de necesidad de venganza? Eliezer Yudkowsky, un tipo muy inteligente del que ya hablamos, propuso en tuiter estas tres:

1. “Perdoname, por favor decime cuánto daño te hice y qué tan mal te hice sentir”.

2. “Disculpame, trataré de no hacer mayores daños de los que ya hice mientras trato de corregir la situación”.

3. “Perdoname, te lastimé de un manera que sé que no puedo deshacer, y esto me crea una deuda que reconozco y mantengo”.

Mientras el lector elige su propia aventura disculpadora, le recuerdo el inconveniente crucial imposible de sortear en este dilema, que es la entropía. El tiempo no puede volverse atrás y lo hecho, hecho está. Salvo pocas excepciones, ninguna disculpa, por definición, corrige el pasado. Aceptar conscientemente las leyes de la física quizás nos ayude a entender la imposibilidad de conseguir compensaciones suficientes viviendo en una sociedad civilizada.


Porque disculpen ustedes pero las palabras, finalmente, siguen siendo palabras…

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