martes, 29 de marzo de 2016

Hayek, ¿el rival de Keynes?

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Todos hemos visto y escuchado el famoso rap que propone la pelea del siglo en economía: Keynes versus Hayek. El video pretende mostrar una brecha fundamental entre el pensamiento de estos dos gigantes de la teoría económica: Keynes promueve la intervención, Hayek la liberalización. El rap se refiere exclusivamente a las soluciones a la crisis de los años 30s, donde hubo cierta divergencia entre un Keynes ya maduro y un Hayek muy joven.

Sin embargo, las disidencias entre ambos no son tan contrastantes como el rap nos sugiere. Relacionar a Hayek con el libre mercado es razonable, pero asociar a Keynes con el mero intervencionismo no parece del todo correcto. Varias posiciones del inglés de Bloomsbury fueron pro mercado, y en la propia Teoría General él mismo reconoce que su hipótesis en nada contradice la teoría clásica microeconómica de la época.

Hayek dedicó buena parte de sus escritos al ensalzamiento del mercado como fuente fundamental de decisión popular y democrática, y la oposición a estas ideas no son las de Keynes, sino la de los planificadores sociales.

La idea clave de Hayek es que la descentralización permite utilizar mejor la información de todos los agentes, mucho mejor que si un planificador contara con un "promedio" de la información relevante. Cada elección de cada persona contiene una información fundamental de la que un planificador centralizado carece. El mecanismo que permite que esta información fluya adecuadamente y permita decisiones correctas es el sistema de precios. Los precios, dice Hayek, contienen toda la información relevante para cada individuo, resume todo dato relevante. Son los precios los que en definitiva permiten coordinar las decisiones descentralizadas del mercado. Si el pan subió, es porque o se produce poco o se demanda mucho, no necesito saber qué paso ni por qué, solo actuar en consecuencia (producir más pan o consumir menos). Y lo mejor es que el sistema de precios es gratuito. No hay que pagarle a ningún calculista. Es un sistema, según el austríaco, inmejorable. 

Como dijimos, Keynes poco tuvo para decir sobre estas cuestiones, pero eso no quita que podamos establecer algunas críticas a la visión de Hayek, a saber:

1. Se asume que los individuos interpretan correctamente las señales de precios. Eso es más fácil para las empresas que para las familias, que no andan siguiendo la evolución de los precios de todo lo que consumen.

2. Se asume que los precios son únicos y cristalinos, es decir, que están siempre en "equilibrio" y que los conocemos bien (no hay discriminación de precios, monopolios, diferencias de calidad no detectables, etc.)

3. Se asume que la gente decidirá en base a sus preferencias y no a las preferencias de los demás (no se considera el consumo por imitación o por estatus)

4. Se asume que los individuos reaccionan únicamente a incentivos de precios, pero esto no es así (también hay incentivos morales, de identidad y pertenencia, etc.)

5. Hayek trata por igual toda decisión económica, pero las decisiones sobre activos (sobre todo financieros), requieren formar expectativas sobre el precio futuro de los activos, no solo sobre lo que me dice el precio actual.

6. Los precios de los activos forman burbujas que explotan bruscamente. Esos precios están dando la información incorrecta y pueden no ser de equilibrio.

7. Los mercados tienen información asimétrica, lo que significa que en muchos bienes comprador y vendedor tienen info diferente, lo que impide llegar a un precio de equilibrio y a una solución óptima de mercado.

8. Un ejemplo importante de lo anterior es el mercado de trabajo, donde uno conoce sus propias aptitudes mucho mejor que el empleador. El salario rara vez refleja el verdadero valor de la fuerza de trabajo.

Que querés que te diga, yo como rival de Hayek lo elegiría mejor a Stiglitz.





viernes, 25 de marzo de 2016

Represiones y Liberaciones (sobre la época de la Plata Dulce)



Las experiencias de liberalización comercial y financiera en el cono sur y especialmente en Argentina fue­ron prácticamente únicas en el mundo en términos de rapidez y extensión. La primera de ellas, a fines de los años setenta, fue particularmente extrema. El diagnóstico de la época, real o imaginado, era que nuestro país debía su estancamiento relativo desde 1930 al ahogo del Estado en la economía, en especial por la protección a la industria y los límites al sistema financiero, que impedía que los argentinos ahorraran lo suficiente para financiar nuevas y eficientes inversio­nes. La reacción fue una desregulación y una apertura financiera y comercial casi fanática, en la que se pasó de una fuerte intervención a una especie de “todo vale”.

El plan, maquinado por el entonces ministro de economía José Alfredo Mar­tínez de Hoz, se basaba en las ideas más dogmáticas de la Universidad de Chicago y sus prometedores “Chicago Boys”, con Milton Friedman (que ya no era ningún boy) a la cabeza. Un aspecto central del plan fue el intento de disminuir el ritmo de devaluación para acabar con la inflación. En un marco de liberalización comercial total esto indujo un extremo atraso cam­biario (dólar barato) y un violento aumento de las importaciones y del turismo en el extranjero.

La obsesión con la competencia externa se tornó tan grotesca que una publicidad televisiva oficial rompía en cámara una silla de industria argentina, para demostrar que las importadas podían ser de mejor calidad. Un síntoma elemental de atraso cambia­rio largamente comentado fue la insólita importación de alimentos como carne o papas, a un país con una de las mayores ventajas competitivas de recursos naturales alimenticios del mundo. Pronto la ven­taja cambiaria fue tal que no pasó mucho tiempo hasta que la percepción general se revirtiera y fueran los bienes nacionales los que se juzgaban como robustos frente a una avalancha incontenible de productos importados de pésima calidad (La propia publicidad de la silla dice al final que las porquerías que importábamos podían ser incomprables).

En un marco de liberalización financiera total con altas tasas de interés en dólares, el país recibió una andanada de capitales extranjeros especulativos buscando una obvia diferencia en dólares. El cine local registró la infame época con una película titulada con justeza “Plata Dulce”, que ilus­tró crudamente la financiarización de la economía y sus consecuencias. El protago­nista (Federico Luppi), devenido en pocas semanas en importante directivo de una compañía financiera gracias a un oscuro compañero de colegio, se ve inmerso en un mundo de dinero fácil y viajes al extranjero. Como su fábrica familiar de botiquines de baño había entrado en quiebra, Luppi procura convencer a su familia de que su éxito se debe a que el país finalmente había ingresado al mundo moderno (cualquier similitud con la Eurozona es pura coinci­dencia). Cuando llega la crisis, el gobierno se ve obligado a castigar a los banqueros y el ingenuo Luppi termina preso mien­tras su mentor, un tal Arteche, escapa a Miami con el dinero de los depositantes y la sobrina de Luppi. En una escena que pasó a la historia del cine nacional, Luppi descubre el engaño y grita consternado: “¡Arteche y la puta madre que te parió!”. Pese a cierto tono de comedia, la película es dramática e ilustra perfectamente el sentimiento de la época y lo grotesco del modelo aplicado.

Pero además de lo caricaturesco, el año 1976 marcó una etapa política y social oscura para el país, en la que las palabras represión y liberación adquirían un sig­nificado político muy especial. En aquel contexto, quienes decidieron impulsar la reforma financiera utilizaron la retórica de que el sistema financiero argentino estaba “reprimido”. Se suponía que liberando (el eufemismo para esta palabra era “liberali­zando”) el potencial del sistema financiero se lograría inducir un aumento del ahorro que espaciara recursos para invertir. Los resultados de esta ilusión quedaron exce­lentemente plasmados en el título de un famoso artículo de Carlos Díaz Alejandro (1984): “Good bye financial repression, hello financial crash” (“Adiós represión financiera, hola crack financiero”). 

martes, 15 de marzo de 2016

Por qué Aldo Ferrer



No es mi intención en este post repetir datos biográficos de Aldo Ferrer, que la mayoría ya conoce bien, ni repasar sus aportes. Me gustaría sí evaluarlo como economista, en el contexto de lo que significa hoy ser un economista famoso y escuchado.

¿Nac & Pop?

A nadie escapa que Ferrer fue un economista "nacional". Casi todas sus contribuciones enfatizan que la economía debe analizarse en los contextos específicos en que se desenvuelven los países. Este modo de entender la economía y la política económica, si bien no es compartido por buena parte de la academia, me parece un acierto. La generalización en economía me parece peligrosa e innecesaria.

En cambio, no es obvio que Ferrer pueda ser tildado de "populista". En general sus recomendaciones orillan la heterodoxia y el keynesianismo, pero nunca defendió la economía "peronista". Su obra "La Economía Argentina" deja bastante claro que el populismo "insostenible" no es lo que propugna, mientras que en "El devenir de una ilusión" daba crédito a la primavera alfonsinista. También es cierto que Ferrer apoyó varias iniciativas kirchneristas, pero su posición sugería que defendería todo modelo que se opusiera drásticamente a la Convertibilidad, que para Ferrer constituía un paso atrás en el objetivo de lograr una Argentina soberana.

¿Académico?

Ferrer no contribuyó a la actividad académica o la teoría económica en el sentido que normalmente se le da. Siempre se preocupó por la política económica concreta, y casi nunca por sus fundamentos técnicos. Además fue un gran creador de "significantes" como "densidad nacional", "vivir con lo nuestro", o "capitalismo argentino". Para algunos, estos fraseos revelan una insuficiente formación técnica. Pero para mí, son simplemente formas de llamar la atención. Definiciones para enfatizar posiciones más que para conceptualizar ideas con un contenido concreto.

Es que finalmente, detrás de estas ideas no estaba otra cosa que el accionar concreto de la política económica. Cuando un economista llega al ministerio, se acaban las teorías fastuosas, las precisiones matemáticas y los teoremas. Hay que tomar decisiones. Y Aldo Ferrer escribió brillantes compendios que explican muy bien la historia de la política económica en Argentina, repleta de restricciones de todo tipo. Quizás junto con Roberto Frenkel, Ferrer es el economista-historiador que todo país necesita para registrar todo lo que sucede en una economía.

¿Divulgador?

Los libros de Ferrer son divulgativos, pero no en el sentido usual. Nunca se preocupó por explicar los últimos desarrollos de la teoría económica, ni por explicar sutilezas técnicas. Siempre se concentró en los grandes temas: estructuralismo, desarrollo, globalización.

Todo economista de la UBA ha cursado con Ferrer. En mi caso personal, su materia fue la primera de mi carrera donde sentí que la economía era una disciplina de la cual se podían extraer conclusiones y aprender cosas nuevas. En esa época, "La Economía Argentina" lo disfruté como casi ningún otro libro de economía, porque me permitió por primera vez opinar como estudiante sobre las cosas que pasaban y pasaron en el país. Eso es divulgación.

¿Conclusión?

Dos Tipos de Cambio declara, tras lo expuesto, que Don Aldo Ferrer (que feo suena Donaldo) tuvo un colectivo de virtudes que siempre es bueno tenga un economista: bien intencionado, claro y útil. No nos engañemos: la sociedad desconfía de la mayoría de los economistas y muchos modelos macro mainstream no solo son incomprensibles, sino que ni siquiera hicieron los deberes mínimos de ayudar a evitar las crisis. 

Es por eso que, con cariño y admiración... Aldo Ferrer.



jueves, 3 de marzo de 2016

Soberbia: ¿pecado capital, provincial o nacional?

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Paveando con este test, me dio curiosidad saber qué tipo de pecado capital me representaba mejor. No los recuerdo todos, y no sabía bien con qué me iba a encontrar, pero ¡oh psicología humana!, al ver que salió Soberbia comencé inmediatamente a autojustificarme, pensando por qué se trata de una cualidad negativa. Por supuesto, la mía fue una reacción totalmente injustificada, ya que el test seguramente no tenga ningún sustento ni gradación (no aclara si uno es muy o poco soberbio, etc.).

Igual voy a intentar aislarme de este sesgo personal y reflexionar un poco sobre el concepto de soberbia, desde la ignorancia filosófica que me caracteriza, por supuesto. Digamos para empezar que no me parece ni de lejos el peor pecado capital (tampoco el mejor). La avaricia y la pereza me resultan moralmente más reprobables, mientras que la ira y la pereza tampoco parecen personalidades particularmente útiles para vivir en una sociedad civilizada. 


Pero vamos a la soberbia. Las definiciones de la RAE son todas horribles, pero las dos que parecen reflejar mejor el mandato divino son:

1. Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros; y

2. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás. 

Imposible saber qué es un "apetito desordenado", y menos aún determinar a qué se refiere con las "propias prendas" (¿la ropa?), pero en cualquier caso es claro que no estamos ante algo terriblemente censurable. Nos quedamos entonces con la definición más mundana: un soberbio es alguien a quien le gusta mostrar sus habilidades en público, y quizás exagerarlas.

El problema principal que veo para definir el grado de virtud de la soberbia según esta definición es que LE FALTA EL DENOMINADOR. Quiero decir, nada se indica acerca de las reales capacidades del soberbio. Pero para mí es fundamental distinguir entre el soberbio que sabe, del que vende humo, y es muy posible que sea eso lo que termine inclinando la balanza ética. Pero no nos apuremos, porque esta distinción también tiene sus problemas. Para precisar un poco más esta idea, veamos cada caso por separado.

Uno se ve tentado a decir que el soberbio que no sabe (denominador bajo) es el "malo" de esta historia. ¿Pero puede realmente el que no sabe ser tildado de soberbio? Tenemos muchas otras palabras para designar a esta especie, siendo quizás "pelotudo" la más adecuada. Un soberbio al que se le nota que no sabe nada es en realidad un idiota, no un soberbio. Recuerden a un ex presidente que tuvimos, que afirmaba haber leído las obras completas de Sócrates. Nadie jamás puedo haber tomado esta afirmación como un acto de soberbia, pese a que este señor cumplía perfectamente con el precepto de tener un "apetito desordenado por ser preferido a otros".

Y qué pasa con los soberbios que saben? En realidad, cuando le consulto a la gente, la mayoría me señala personas soberbias que saben, no ignorantes. Gente culta, preparada, que se solaza exhibiendo a los demás sus saberes. Ahora me pregunto, ¿por qué esto es éticamente reprochable? Primero, transmitir un saber me parece intrínsecamente bueno si ese saber está bien justificado, es decir, es verdadero (o más o menos). Segundo, siempre es mejor enseñar algo que quedarse callado. Tercero, la transmisión de ideas con altivez puede resultar en una mayor atención al que habla. Cuarto, escuchar a alguien hablar con seguridad y soberbia nos puede estimular a intentar refutarlo, lo que nos lleva a aprender más del tema, lo que a la larga es mejor para todos. 

Las ventajas de la soberbia se ven más claras cuando se las contrasta con su normalmente asumido virtuoso antagónico: la humildad. La humildad parece buena a primera vista, y muchas veces lo es, pero tiene sus bemoles. Los humildes, por timidez o por evitar ser soberbios, pueden no compartir sus saberes. El humilde no tiende a promover disensos, ni discusiones, ni intercambios. Puede llegar a aceptar cualquier cosa con tal de mantener su "virtud". Un genio demasiado humilde puede ser indistinguible de un inservible. Con buenas intenciones personales, muchos humildes fallan en trasmitir buenas ideas a la sociedad, y la empobrece.

Estas (soberbias) apreciaciones me transportan a una suerte de paranoia para con la religión. ¿No será que la soberbia es un pecado capital PORQUE el soberbio trae consigo conocimiento, mientras que la humildad es enaltecida porque el humilde no se atreve a cuestionar nada? Este estado ético de cosas es sumamente positivo para una religión, pero no para una sociedad donde compartir ideas y debates con pensamiento crítico y racional son el fundamento de una vida mejor.

Y para no terminar con un bajón, va un chiste de gallegos (políticamente correctos abstenerse, soy de familia española y tengo derechos):

- Oye Manuel, pues que tú eres un soberbio!
- ¿Ah sí?, pues entonces tú eres un Bosnio!