martes, 30 de agosto de 2016

UNA PRESENTACION FRUSTRADA, UNA ACTUACION BRILLANTE. POR XIMENA SINAY



Mi participación en la presentación del libro Economía al diván, de Pablo Mira, comenzó como algo apacible y terminó como mi debut –y despedida, no teman– en la actuación.

Hace unos cuantos meses, apenas el libro vio finalmente la luz, Pablo me encaró primero con un tímido: “¿Querés hacer de moderadora en la presentación del libro?”. A lo que, claro, dije –con muchas ganas– que sí, que era un honor. 

Casi dos meses después, me contó que quería hacer algo con Merlina y Pericles, esos dos personajes que inventamos para que cerraran e hicieran un resumen sencillo de cada capítulo. Y me envió, para que viera en qué estaba pensando, una entrevista ficticia que le había hecho a los dos personajes. Ok, por ahora, nada muy distinto a lo que habíamos hecho en el libro. Pero Pablo no iba a quedarse ahí.

Estaba pensando en, además de hacerlos hablar en un papel, ponerles cuerpo y cara. Pero, bueno, a mí seguía sin incumbirme demasiado. Iba a haber dos personas que encarnaran a esos personajes. Mi puerta seguía sin ser golpeada.

Sin embargo, diez días después –y a sólo diez de la presentación–, me envió el texto en el que había estado trabajando. Empecé a leerlo con mucho interés y, todavía, con algo de distancia. Los diálogos se alternaban entre Merlina y Pericles, como era de esperar. Pero, de pronto, algo se detuvo. Mi nombre estaba en algunas de las líneas del diálogo. ¡¿¡¿Yo también tenía que actuar!?!?! 

Estaban, nomás, golpeando a mi puerta. Y yo no quería abrirles. Más bien, tenía ganas de salir corriendo. Pero ya era demasiado tarde. No quería de decirle que no a Pablo quien, por lo poco que lo conozco, parece un gran tipo. Pero, por sobre todas las cosas, no quería contradecirlo porque, como todos lo sospechábamos y bien lo confirmaron Merlina y Pericles, está un poco loco. 



Ximena Sinay, editora de Economía al Diván, es Master en periodismo por TEA y fue redactora en las revistas 3 puntos y TXT. Además publicó dos libros: Marie Langer, Psicoanálisis y Militancia; y César Milstein, la Química de la Pasión. Y además tiene sitio propio! ximenasinay.com.ar.

sábado, 20 de agosto de 2016

SE PRESENTA ECONOMIA AL DIVAN

Dos Tipos de Cambio se complace en auspiciar la presentación del libro Economía al Diván.




Pese a algunas críticas injustas recibidas por parte de algunos participantes del libro, Economía al Diván sigue su rumbo. 

Les transmito algunas estadísticas del libro, provistas por mi compañero de 2TC Gerardo Rovner, para se hagan una idea del fenómeno editorial ante el cual estamos:


  • Economía al Diván está primero en ventas entre los libros que comparten su mismo nombre y que fueron editados en los últimos 50 años o más.
  • Economía al Diván contiene más afirmaciones comprobadas por la ciencia que todos los libros sagrados publicados en la zona roja de Amsterdam.
  • Ninguna teoría desarrollada en el libro ha sido refutada por Karl Popper, ni por ninguno de sus mentores.
  • El libro puede ser traducido a más de 1.000 idiomas y dialectos alrededor del mundo.
  • La probabilidad de que un mono ante una máquina de escribir produzca por azar un libro semejante es muy parecida a la de que el mismo mono produzca varias obras de Shakespeare.
Estos son solo algunos números. Contundentes, es cierto, pero no definitivos. Vamos por todo y toda, y en la presentación se va a notar.

Los espero a todos el miércoles 24 a las 19 hs en la FCE UBA, Salón de Usos Múltiples (primer piso) con libros a buen precio, comentaristas de lujo y sillas con respaldo (esto es, convertibles).


domingo, 14 de agosto de 2016

ACADEMICOS ESCRIVAN BIEN, PARTE II

En el post anterior describimos, a partir de un texto de Steven Pinker, lo mal que transmiten ideas por escrito algunos académicos. Aquí un detalle de los vicios que a todos nos rompen cuando leemos.

Metadiscurso

Un vicio común en los textos académicos es la obsesión por hablarte de lo que hablaron, o de lo qué van a hablar. "Hemos mostrado en el párrafo anterior que hemos escrito un párrafo, y a partir de aquí seguimos esbozando algunas ideas de las que vamos a estar hablando en los próximos apartados".

¿Qué esta porquería? Decime algo, hermana, y no lo repitas todo el tiempo. No me amenaces, decí. No me hagas un "highlights" de tus mejores ideas, tu artículo no es un Planeta Gol académico. 

Si alguien con quien conversamos hablara así (tengo conocidos...), sería difícil evitar el pensamiento de que nuestra interlocutora podría necesitar ayuda psiquiátrica. 

Narcisismo

No, no me refiero aquí a los autores que se citan a sí mismos. Si bien esto me parece aceptable, algunos sobrepasan todos los límites, y terminan copiándose a sí mismos más de lo recomendable.

Hablamos en cambio de los que te aburren con frases demasiado largas sobre lo que la profesión ha estudiado hasta el momento. "En los últimos años, una proporción creciente de economistas se han dedicado a analizar los efectos recesivos de una devaluación cambiaria. En este trabajo llevamos a cabo una investigación para evaluar...". Uf, insoportable. Qué tal probar un "Según xxx las devaluaciones tienen efectos recesivos. ¿Es realmente así?". Mucho más directo e interesante. 

Disculparse

Muchos académicos escriben como pidiendo clemencia. "Si bien la noción de tipo de cambio es difícil de definir..." "Aun cuando estas conclusiones son tentativas..." "Hay una gran controversia que no ha sido resuelta...".

Bueno flaca, si tenés tantas dudas no escribas nada. Yo mismo suelo caer preso de estas cavilaciones, y la verdad lo querría corregir porque no me gusta nada. A llorar a la iglesia, no al paper.

Comillas

Ay, las comillas... Ese seguro gratuito que nos separa de un montón de gente tan inferior a nosotros. Ese distanciamiento necesario para hacer nuestra escritura tan especial e inmune a las críticas.

Porque hay un conjunto de "investigadores" que ha "demostrado" que una economía de libre mercado es capaz de "autorregularse" y alcanzar el "pleno empleo".

Tosco, aburrido, distante, inexplicado e innecesario. Las comillas se usan a veces como el atajo de la investigadora para desmerecer las teorías ajenas sin esbozar la menor crítica efectiva. Estas prácticas contribuyen a crear en los lectores un sentido más de dogma que de evaluación crítica.

Por supuesto, hay instancias en las que las comillas son esenciales, como cuando citamos a alguien. E incluso hay casos en los que el desdén puede estar justificado, como por ejemplo cuando decimos que alguien mató a otra persona por "amor". Solo criticamos el uso indiscriminado de las comillas para desprestigiar sin argumentos lo que no es evidente que esté mal.

Más seguros

Los académicos para asegurarse también usan adjetivos como casi, aparentemente, razonablemente, en parte, parcialmente, predominantemente, presumiblemente, relativamente, del tipo, en la medida, hasta cierto punto, en cierto sentido, y podríamos decir.

De nuevo, a veces el recurso se justifica, como por ejemplo cuando se presenta un trabajo estadístico. Para evitar abusarse, volvamos a nuestras conversaciones: hay afirmaciones que se da por sentado que son parciales, como por ejemplo cuando se dice "no me gustaría vivir en La Habana porque es una ciudad cálida". Nadie piensa que esta frase es literalmente verdadera, y todos comprendemos que estamos hablando de promedios, modos o medianas (otra vez, conozco gente que...). Y nadie tomaría como seria una crítica académica literal de esa frase.

Metaconceptos

Los términos enfoque, supuesto, concepto, contexto, marco, cuestión, modelo, perspectiva, proceso, prospecto, rol, estrategia, sujeto, tendencia y variable tienen algo en común: deben usarse donde van, no en cualquier lado. 

Fuera de donde van, se trata de términos vagos, vacuos, y sobre todo aburridos para el lector. He leído textos de gente brillante donde esta fórmula se utiliza hasta el hartazgo. Que se sepa que esto ahuyenta lectores.

¿Qué esta pasando?

Tratando de entender por qué nos pasa esto, Pinker sostiene que hay pocos incentivos a escribir mejor. Escribir bien es difícil, escribir mal es fácil y seguro. Y además, nuestros evaluadores a veces nos censuran la excesiva simplicidad de los argumentos. Esto es especialmente así en la academia de la economía, donde incluso se obliga a formalizar matemáticamente argumentos que podría ser perfectamente expresados mediante el lenguaje y la lógica.

Con este panorama, es difícil que el mercado resuelva solo esta madeja de apestosidad literaria. Creo que estamos entrampados y que va a costar salir de este mal equilibrio. 

Dos Tipos de Cambio hará lo imposible para, en la medida que el contexto lo permita, en línea con lo dicho en párrafos anteriores, y aun cuando este concepto sea dificil de representar, "lograrlo".

martes, 9 de agosto de 2016

ACADÉMICOS, ESCRIVAN VIEN!

Hoy te charlo sobre lo mal que se escribe en la academia. Como siempre, nada de esto lo invento yo, nuestro gurú Steven Pinker te explica lo mismo con detalle acá, pero yo te lo cuento resumidito, en castellano, y aplicado a nuestro terruño y lenguaje. Todo por un tipo de cambio.

Pinker no usa eufemismos para criticar la escritura de los académicos: para él, simplemente, apesta. Y en el artículo trata de desentrañar por qué los que se dedican a la academia se caracterizan por una prosa tosca, oscura, desagradable a la lectura y muchas veces imposible de entender.

Parece que la respuesta más común es que esa es una elección deliberada, para no perder "el debate teórico". Tras una verba oscura se ocultaría el hecho de que no tienen un pomo para decir. La sofisticación científica y los términos inventados ayudarían a confundir a los lectores y a hacerlos pensar que sabemos un montón, y que el tonto es él, que no entiende. Para muestra baste el botón de un párrafo ganador de un premio a la peor escritura del año 1998:

El paso de una explicación estructuralista en que se entiende el capital para estructurar las relaciones sociales de forma relativamente homólogas a una visión de la hegemonía en el que las relaciones de poder están sujetas a la repetición, la convergencia y rearticulación trajeron a colación la cuestión de la temporalidad en el pensamiento de la estructura, y marcan el paso de una forma de la teoría de Althusser que lleva de las totalidades estructurales como objetos teóricos a aquellas en las que los conocimientos sobre la posibilidad contingente de estructura inauguran una concepción renovada de la hegemonía ligada a los sitios contingentes y a las estrategias de la rearticulación del poder. 

El párrafo ganador no es de esa máquina automática generadora de papers posmodernos, sino del profesor de literatura Judith Butler, de la Universidad de California en Berkeley, considerado por algunos como "una de las diez personas más inteligentes del planeta". 

Pinker dice que esta no es la única explicación para escribir apestosamente. También son culpables quienes se ven obligados, por la complejidad del tema que tratan, a escribir difícil. Otros sostienen que el problema es la autoridad de aplicación: al escribir así estaríamos dando una prueba de nuestra seriedad a editores y referises varios de journals y y otras yerbals.

El propósito de la escritura académica es presentar una verdad desinteresada. El escritor conoce esa verdad antes de transformarla en palabras, y la escritura no debe ser un vehículo para descubrirla, encubrirla o disfrazarla. Dirigirse a un lector debería ser semejante a lo que experimentamos cuando conversamos con alguien, circunstancia en la que al académico más obtuso le daría vergüenza hacer lo que hace cuando escribe.

Thomas y Turner, en un maravilloso libro llamado Clear and Simple as the Truth, ilustran el asunto. Explican que cuando uno abre un libro de cocina, no espera toparse con preguntas filosóficas o religiosas acerca del tema en cuestión, del tipo: "¿es posible hablar de cocinar? ¿existen realmente los huevos? ¿es posible generar conocimiento sobre la comida?". Todos queremos llegar al punto (en este caso, a la tortilla), pero los académicos muchas veces nos pasean más que un tachero a un turista.

Hasta aquí el diagnóstico general. En una próxima entrega veremos algunas cuestiones específicas de lo apestoso de la escritura académica. No me dejen en la solitud de mi propio ser, embargado por el desamparo de no tener lectores que lean lo que escribiré para que me lean.





martes, 2 de agosto de 2016

AZAR Y ELECCIONES

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En economía existe algo que llamamos "shock exógeno", término que refiere a cambios en el contexto que son ajenos al sistema económico y que poco tienen que ver con la política económica. Ejemplos triviales de shocks son las inundaciones, los terremotos, las plagas, las sequías, y la caída de los precios internacionales para una economía pequeña.

Si los agentes fueran verdaderamente racionales, entonces, quienes están a cargo de la economía poco tendrían que preocuparse por estos fenómenos, que por definición son incontrolables. Y por supuesto, los votantes no deberían culparlos por estos eventos azarosos... ¿no?

Culpa tuya

Y.... no. En la práctica,  cuando la mala fortuna se cierne sobre una economía, alguien debe ser culpado, por más exógeno que sea el shock. En el antiguo Israel, los desastres se atribuían a los pecados. Los faraones egipcios, erigidos en el poder como seres divinos, debían ser responsables de un buen comportamiento del clima y del río Nilo para asegurar una buena cosecha. Las culpas, en este caso, estaban bien dirigidas, porque los reyes y faraones se consideraban capaces de evitar estas desgracias.

Pero con el tiempo la racionalidad y la ciencia nos explicaron que no tenía mayor sentido imputar a los políticos de turno por los desastres naturales. Por lo tanto, debemos esperar que el votante promedio no considere estas desgracias como parte de la responsabilidad oficial... ¿no? 

Y... no. Históricamente los desastres naturales amenazaron seriamente al poder y a los regímenes políticos, pero por raro que parezca, ¡esto sigue siendo así! Al menos esto es lo que sostienen Christopher Allen y Larry Bartels en uno de los capítulos de su fantástico libro Democracy for Realists, donde demuestran que, pese a que los líderes políticos ya no tienen un aura de divinidad ni enfrentan shocks exógenos tan dramáticamente negativos como en la antigüedad (como las hambrunas y las plagas), igual son castigados por el electorado.

Jaws

En julio de 1916 en Nueva Jersey las playas estaban llenas de turistas. Uno de ellos nadaba en una profundidad de poco más de un metro, y fue atacado por un tiburón. Cinco días después, otro joven también fue atacado, a 70 km del incidente anterior. Ambos murieron. Un par de ataques más en la costa oeste de Estados Unidos, y pronto comenzó la manía y el terror popular.  

Los hoteles y los negocios de la costa empezaron a perder mucha plata, y los reclamos crecieron. El gobierno, sin saber bien qué hacer, se puso a matar a los tiburones que andaban cerca de la orilla. Pronto pasó el verano y poco pudo hacerse para reparar la situación de los damnificados.

En noviembre llegaron las elecciones nacionales y el presidente Wilson vio su reelección severamente amenazada porque perdió en todas las áreas donde se habían registrado los ataques. Achen y Bartels encontraron que Wilson perdió, por culpa de estos tiburones opositores, entre 1,3 y 5,2 puntos porcentuales de los votos en las zonas de playa.

Al agua, Bush

Pero este no fue un caso aislado. Los autores confirman que los votantes castigan a quienes están en el poder de manera consistente y sistemática por circunstancias que están mucho más allá de su control.

Utilizando modernas técnicas estadísticas, demuestran que una inundación ocurrida durante el año de elecciones te hace perder (en Estados Unidos) la friolera de 2,8 millones de votos. Esto le pasó nada más ni nada menos que a Al Gore, prócer de la lucha para detener el cambio climático, durante su carrera presidencial del año 2000. Demasiada agua (o demasiada poca agua) le restaron la posibilidad de imponerse en siete estados, y seguramente le hizo perder Florida, clave para perder y evitar que cambiara la historia del mundo gracias a la llegada de George W. Bush. 


La irracionalidad de los votantes es confirmada una y otra vez por los análisis empíricos de los cientistas políticos. Quizás nosotros, los economistas, deberíamos aprender de ellos y soltar de una vez al homo economicus. ¿O será el homo economicus un shock exógeno más con el que poco podemos hacer?