miércoles, 27 de enero de 2016
Te queremos, Chango (Reseña de Economía para el 99% de la Población, de Ha-Joon Chang)
Podemos decir que Chang, seguramente junto a Stiglitz y quizás Krugman, es la esperanza blanca de la heterodoxia, definiéndola como lo que se opone al pensamiento ortodoxo tradicional. El tipo se animó a patear el tablero, o más precisamente la escalera, cuando describió acá las veladas políticas intervencionistas y proteccionistas de los países más desarrollados del planeta. Luego, lejos de amedrentarse por las críticas, profundizó sus ideas sobre los mitos del libre comercio en este otro libro.
Siendo que las editoriales locales hacen todo lo posible por ignorar los buenos libros de economía y nos repican el cerebro en cambio con esperpentos de autoayuda financiera, me sorprendí gratamente al ver en las estanterías el nuevo libro del Chango, Economía para el 99% de la Población (E99P). Chang usó para este libro algunas de las 23 verdades económico-peronistas que recopiló en esta obra, y armó una especie de manualcito de macroeconomía.
Si usted es economista, le habrá pasado más de una vez que una neófita le pide un libro "que explique bien la economía, porque no sé nada". Pero por lo general, la traducción de ese pedido es: "Quiero leer algo corto que me haga hacer guita rápido y ganar las discusiones de economía con mis amigas". Por supuesto, no se puede satisfacer un pedido así recomendando un libro de economía de verdad, porque la muchacha se va a embolar a los diez segundos. Y peor aún, en cuanto la desprevenida lectora se da cuenta de que las buenas economistas tienden a elaborar teorías que sugieren que una no gana plata en la bolsa porque "sepa economía", el edificio de interés por la disciplina se derrumba en un nanosegundo.
Pero el Chango, con E99P, nos trae una esperanza, blanca, amarilla o del color que más les guste. Debo advertir, sin embargo, que las satisfacciones me llegaron con la lectura bastante avanzada. Me tuve que ir acostumbrando a un estilo diferente para explicar las cosas. Para empezar, E99P va por gran tema, no navega "de la micro a la macro" como se puso de moda en los manuales modernos. Tampoco pierde demasiado tiempo en explicar las cuentas nacionales, la oferta y la demanda agregada, o en mostrar gráficos con curvitas y equilibrios. Chang va al grano: desarrollo, pobreza y desigualdad, el papel del estado, el comercio internacional. Los grandes temas.
Chang asegura que su discurso representa al mundo real, y sin explicitarlo, deja bien claro que el resto de los libros de este rubro no lo hacen. Sin duda se trata de una exageración publicitaria, pero finalmente debe reconocerse que a la hora de ejemplificar sus ideas con números, los datos elegidos desembocan razonablemente en las conclusiones de cada capítulo, y las estadísticas que presenta son bien relevantes para los problemas estudiados.
Aun cuando E99P no presenta ningún modelo, Chang se ocupa de aclararnos que existen muchas corrientes de pensamiento económico, aunque reconoce que la neoclásica es la que viene ganando el partido: goleaba hacia los 90s, pero recientemente otras formas de hacer economía vienen descontando, y este es un encuentro que seguramente va a durar varios siglos. Afortunadamente, Chang no comete el error de revisar cada tema mediante el prisma de todas las corrientes de pensamiento, lo que significaría incrementar el stock de aburrimiento del planeta en aproximadamente un 15%. Solo hace referencia a las distintas visiones cuando es estrictamente necesario. Y por supuesto, no por ser heterodoxo deja de presentar las ideas y herramientas neoclásicas cuando es necesario.
Los Dos Tipos de Cambio recomendamos comprar y leer E99P. No los va a convertir en economistas, ni tampoco los hará ricos, pero de seguro podrán entender un poquito mejor como funciona la economía del mundo. Y si les interesa, también agregar algún argumento heterodoxo a vuestro arsenal discursivo.
viernes, 22 de enero de 2016
Con las crisis no se jode
Antes de empezar a escribir, algunas definiciones
La empresa está en crisis.
Argentina está en crisis. El capitalismo está en crisis. El planeta está en
crisis. La Vía Láctea está en crisis.
En este mundo de exuberancias, la
palabra crisis se suele usar para casi todo. Ayuda que el vocablo suena lindo,
y además que es a la vez singular y plural. Como la caries, con la diferencia
que nadie se equivoca y manda que se produjo “una crisi”. Pero hay algo más que
hace a la palabreja particularmente atractiva: parece escandalosamente grave y llama
la atención de quien la escucha. No es lo mismo “tener problemitas” que “estar
en crisis” (yo tengo problemitas). La crisis llama al quiebre de algo, llama a
la acción, llama a la llama (o sea, al fuego).
Como dije, el término se usa y se
abusa. Los religiosos lo utilizan para anunciar la llegada de un redentor. Los
agoreros y los antisistema la usan para advertir el fin de una era política y
social. Y los consultores de empresas
para vendernos que crisis es oportunidad (“oportunidad” en chino se dice jihui, por si alguno se comió el
amague). Pero desde la perspectiva de un (macro) economista, la crisis es algo
bien concreto. Y jodido.
Antes de hablar quisiera decir
unas palabras: no hay que caer en la tentación de llamar crisis a cualquier
batata. Hay batatas baratas y otras caras, y también hay crisis baratas y
caras. Las primeras las solemos llamar recesiones: son momentos en los que la
actividad económica (medida como la evolución del Producto Bruto Interno o PBI,
lo que produce un país en un año) desacelera o se reduce levemente durante un
período corto. Técnicamente, una recesión se suele definir como una caída del
PIB trimestral durante dos períodos consecutivos. O sea que si tu PIB cayó 0,1%
trimestral (ok, sin estacionalidad, amigo nerd)
durante dos trimestres… tuviste una recesión papá. Si después creciste 10% cien
años seguidos, no importa nada. Los promedios no te salvan: una recesión es una
recesión.
Pero recesión no es crisis (no,
recesión en chino tampoco significa oportunidad). Una crisis es otro merengue,
como gusta decir un gran profe de macro de la facultad. En una crisis en serio
el PIB te puede caer 10% o 15% en un año, y el desempleo dispararse a 25%. ¿Qué
recórcholis pasa que nos hundimos de esa manera?
Bolonquis de una crisis
Te tiro una definición, y en un
rato la aclaro: una crisis es un
episodio marcado por dificultades generalizadas para el repago de deudas en un contexto de baja actividad económica y
elevado desempleo. En países menos desarrollados, hay que sumar dramáticos
aumentos de la pobreza y un empeoramiento en la distribución del ingreso que
puede costar varios años, o incluso décadas, revertir. Las consecuencias
políticas las conocemos bien.
En una crisis aparecen todas las preocupaciones juntas. Quienes siguen
a los mercados financieros asisten con aprensión a las enormes fluctuaciones diarias;
los que analizan la actividad y el empleo se inquietan por las bajas bruscas en
pocos meses; y quienes miran el largo plazo notan mutaciones negativas que
llevarán años y mucho esfuerzo corregir.
Estos eventos quedan en la memoria de la gente no solo por la
economía, sino por un profundo sentimiento de injusticia. Nadie en una crisis
se siente responsable por lo ocurrido y sin embargo, con pocas excepciones,
todos pierden. Pero no hay nada más humano que buscar una causa próxima e
inteligible para las contrariedades, de modo que las culpas se suelen repartir
entre gobiernos, bancos, y “los poderosos de siempre”. Más allá de que siempre hay
algunos más responsables que otros, lo cierto es que en una crisis se pierde la
percepción de que estamos ante un dilema agregado. Un dilema de todos y todas.
El estado traumático contagia a los economistas académicos: la crisis
hace reaparecer debates de casi un siglo atrás. Durante la “gran recesión” de
2009 (se llamó así pero no nos engañemos, fue una verdadera crisis), se revivieron
las discusiones más básicas sobre qué política económica llevar adelante para
salir. Aunque parezca increíble, un bando decía que para acabar con la crisis
había que aumentar el déficit
público (gastar más de lo recaudado) y el otro decía que había que reducirlo. Así está la ciencia económica,
muchachos.
Promesas sobre el bidet
Pero volvamos a la definición de hace un ratito: si una crisis
es un episodio marcado por
dificultades generalizadas para el repago de deudas, necesitamos dos cosas: que
la economía esté endeudada y que aparezcan dificultades para garpar. Lo que obviamente
ocurre solo si… te endeudaste demasiado.
¿Y cómo se endeuda demasiado un país entero? La experiencia individual no
siempre ayuda a entender la macro, pero esta vez puede servir. Una familia se
endeuda de más cuando se zarpa consumiendo por encima de lo que puede pagar. ¿Y
qué determina lo que puede pagar? Fácil: su capacidad de generar ingresos
futuros. Llamemos a esta capacidad ingreso
permanente (nota nerd: no, no banco en absoluto la “teoría del ingreso
permanente”, solo llamo así al ingreso promedio que pensás que ganarás en el
resto de tu vida). Ahora, ¿cómo forma su percepción de ingreso permanente una
economía entera? Necesitamos equivocarnos todos juntos, o sea coordinadamente,
y formar la expectativa de que vamos a ser muy ricos en el futuro. ¿Quién puede
lograr esta magia (negra)?
Un candidato es el gobierno, al que mucha gente le presta atención. En
los países en desarrollo cambiar favorablemente las expectativas no es fácil,
hasta que un gobierno flamante propone un “plan integral de cambio” (si tenés
la suerte de que los organismos internacionales te den crédito suficiente). La retórica
más efectiva de estos reformistas es afirmar que es necesario un cambio en la
forma de pensar y actuar de los argentinos… salud. Pese a su trivialidad, estos
diagnósticos pueden funcionar temporalmente sobre la psicología social y
encender por un tiempo el motor de la economía. No es difícil pensar ejemplos
en Argentina: en los 80s escuchamos que “con la democracia se … (complete con
el verbo que desee)”; en los 90s eran las privatizaciones las que iban a lanzar
a la Argentina al liderazgo mundial indiscutido. No importa el sesgo ideológico
del cambio, sino que lo haya: si una propiedad era pública, se anuncia su privatización;
y si era privada, su nacionalización.
Pero en los países desarrollados estos anuncios tienen patas cortas. Dado
que la cosa más o menos funciona, las grandes transformaciones no suelen ser
bienvenidas. ¿Cómo alimentar entonces las expectativas positivas? La estrategia
más común es aprovechar un ciclo positivo en marcha. Las autoridades se apuran
a indicar que la expansión se debe a las reformas llevadas a cabo durante su
gobierno (aunque no hayan existido).
Pero la justificación típica de los países ricos es más bien privada.
Cuando la cosa viene bien, los analistas empiezan a decir que el desarrollo
tecnológico permitirá un mejor funcionamiento económico para siempre. Un héroe
con pies de barro, como atestigua el caso de la burbuja de las acciones
tecnológicas puntocom que explotó a
principios del nuevo siglo. O como confirmó la burbuja inmobiliaria de los
2000s, cuando aparecieron todo tipo de gurúes financieros e incluso académicos
anunciando una nueva época de crecimiento continuo con estabilidad (que se
llamó “la gran moderación”). Los gurúes son los oportunistas de siempre, pero
los académicos a que me refiero son pesos pesados en la profesión, como Robert Lucas, Thomas Sargent y Olivier Blanchard. Todos ellos pronunciaron sus respectivas
“últimas famosas palabras”, que más o menos decían que las crisis ya eran cosa
del pasado. Say no more.
I had a dream
Las fábricas de sueños que buscan coordinar expectativas a la suba
sufren sin embargo de una debilidad fundamental, y es que una vez que arrancan es
difícil pararlas. El boca a boca funciona muy bien, sobre todo cuando se trata de
hacer plata fácil y rápido. Y las autoridades colaboran, porque aunque se den
cuenta que todo es una burbuja (en la Bolsa o en el mercado inmobiliario), no les
conviene reconocerlo. Todos los incentivos apuntan a sostener el juego.
Bueno, ya tenemos el setup
del engaño, pero nos falta un ingrediente: la economía debe endeudarse fuerte
en relación a su capacidad productiva futura (o sea, en relación con su ingreso
permanente). Esto se llama leverage,
o en spanish, apalancamiento. El leverage
es “fundamental” para que la crisis, cuando explote, haga mucho pero mucho
daño. Que se te caiga el salario sin estar endeudado es malo porque vas a
gastar menos durante un tiempo (y la actividad sufrirá un rato), pero te vas a
acomodar rápido. Solo ocurrirá una recesión. En cambio, que no te suban el
salario como pensabas para pagar tus deudas puede generar una crisis, porque te
vas a decepcionar con la vida, vas a intentar por todos los medios desendeudarte,
y esto va a llevar mucho tiempo de restricción en tu gasto, que es demanda de
los demás. Y si tardás en pagar tus deudas, otros no van a cobrar y tampoco
podrán gastar. La demanda se muere y sin demanda, querido lector, no hay
economía que funcione.
Cada evento de crisis es un golpe de realidad, que nos devuelve a un
nivel de riqueza que había sido sobreestimado. ¿Quién causa y quién acusa esta
nueva realidad? La experiencia sugiere que, al menos en Argentina, los que
garpan la crisis son los pobres, pero de seguro no sienten que tengan la
culpa. Y quizás tengan algo de razón: nuestra definición de crisis requiere
buscar los responsables del “exceso de deuda”, y la verdad que los más pobres
mucho acceso al crédito no tienen. Clase alta y clase media, en cambio, pueden
llevar a la práctica sus sueños de ingreso permanente.
Pero falta responder la pregunta del millón: ¿cuál es el hecho que nos
defrauda, que demuestra que ese ingreso permanente estaba mal y lanza a la
economía hacia el caos total? Aquí voy a descansar en la detallada y precisa explicación
de Taleb en El Cisne Negro: no sabemos. Las burbujas de sueños se
pinchan con los eventos más sutiles e inesperados. Los genios de turno te van a
decir que ellos sabían, y que se la veían venir. No les creas. Y en cualquier
caso, el evento es lo menos importante de una crisis. Una vez que estás en la
cima de las ilusiones económicas, todo está listo para explotar, solo es
cuestión de tiempo…
Referencias interesantes sobre las crisis
Kindleberger, Ch. (1978): Manias, Panics, and Crashes: A History of
Financial Crises, Macmillan (hay libro en castellano).
Leijonhufvud, A. (2009): “Macroeconomics and
the Crisis: A Personal Appraisal,” CEPR Policy Insight 41, Noviembre
Taleb, N. (2007): El Cisne Negro,
Paidós.
lunes, 18 de enero de 2016
Ciencia Económica: más fuego a la leña
Nuestro post anterior abrió un enorme debate en la profesión económica, y como consecuencia de él aparicieron muchas publicaciones sobre cómo se hace economía. Lamentablemente, la mayoría de estos análisis fueron publicados antes que nuestro post, lo que alguien podría interpretar como una causalidad opuesta. Pero hasta no ver un buen test de Granger los dos tipos de cambio no pensamos reconocer nada.
More seriously, en los tiempos que corren muchos economistas están reconsiderando el rol de la profesión, al menos mucho más desde la Gran Recesión de 2008/09. El último de ellos es Dani Rodrik, economista de supermoda, que escribió un libro entero sobre la cuestión: "Economic Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science" (el título "Economic Rules" es una joya de la ambigüedad: rules significa "reglas" y "manda" al mismo tiempo). Creo que vale la pena leerlo, pero si no te lo querés clavar enterito acá tenés un amplio e inteligente review, con resumen y todo. O también podés seguir leyendo este post.
La tesis principal de Dani dice que si bien es cierto que los economistas no solemos pegarla, tenemos un montón de modelos disponibles para elegir en caso de emergencia. También habla de los supuestos no demasiado "reales", y critica que estas abstracciones se hagan sobre supuestos que él considera "críticos". También defiende el arte de ser economista por sobre la precisión matemática, y desconfía de los consensos, porque no se deben confundir acuerdos en la profesión con realidades.
Lo que más rebotó en las redes fue lo de la multiplicidad de modelos. El blogger Simon Wren-Lewis acuerda con Rodrik en que no es que los modelos estén mal, sino que depende para qué los uses, pero Noah Smith (otro que vale la pena seguir) opina que elegir modelos para resolver determinadas cuestiones no es tan fácil.
Mi visión de este asunto es que sin tener una idea clara de las cuestiones estructurales, históricas, políticas e institucionales de un país en un momento histórico determinado, la elección automática de un modelo estándar puede ser contraproducente. Cuando uno se enfrenta a la realidad, el pragmatismo casi que se impone naturalmente. Los policy makers encuentran mil y un problemas para llevar adelante las políticas "tal como el modelo lo indica", y cuando esos modelos fracasan se suele echar la culpa a la sociedad, que no entendió los cambios. O, en idioma de economista, se culpa a la realidad porque no se ajustó a la teoría.
Es cierto que muchos cuando escuchan la palabra "interdisciplinariedad" se llevan la mano a la cartuchera, pero yo entiendo la interacción entre disciplinas como una necesidad imperiosa para elaborar pragmáticamente políticas implementables, que funcionen razonablemente. Como dijo Keynes, es mejor estar aproximadamente en lo cierto que exactamente equivocado, asi que prefiero que las políticas se acerquen a un second o third best a que, si fracasan en su objetivo first best, nos manden sin promoción al Nacional Best.
Update: último momento! Chris Dillow se metió en la discusión, defiende las críticas, y aboga en su blog por una profesión basada más en los hechos que en las grandes teorías. Saludamos desde aquí a Chris, cuyo blog admiramos con fervor.
miércoles, 13 de enero de 2016
Ciencia Económica... ¿lo qué?
Opinen, opinen, que lo demás no importa
Supongamos que existiera la
carrera de opinólogo. La licenciatura en opinología tendría por objeto,
digamos, poder opinar sobre cualquier batata. Trayectoria de meteoritos,
auditoría de balances de empresas, epistemología de la química inorgánica, técnicas
no orientales de origami, psicología del envenenamiento de maridos, análisis
técnico de la bolsa de valores. Al recibirse uno debería poder hacer
afirmaciones sobre todos estos temas sin inhibiciones, y con la seguridad de un
experto en la materia.
Y no me vengan con que esta
carrera no se puede armar. Para empezar, muchos ya la practican: en los medios escuchamos
a diario a neófitos opinar sobre cualquier tema con información mínima, calidad
analítica escasa, y un enorme potencial para caer en falacias lógicas. Periodistas,
políticos, economistas y abogados pululan reflexionando a pedido, sin negarse a
hacerlo aun si ignoran el tema olímpicamente. Por otra parte, Opinología podría
tener unas cuantas materias interesantes. Se podría enseñar el arte de parecer un experto en los campos que
uno desconoce. Quizás algunas materias enseñarían el arte de convencer, de cómo elaborar el mejor
sofisma. O también se aprendería a refutar
cualquier argumento, por lógico, racional, o verificable que fuera.
¿Cuán científica es la
Licenciatura en Opinología, doctor? Como la presenté, muchos la condenarán como
nociva para la sociedad, y seguramente la considerarán una pseudociencia más.
Yo opino igual, pero… ¿con qué criterios dejamos a esta noble disciplina afuera
de las ciencias? Podríamos decir que Opinología no cumple con requisitos
usuales del método científico. Por ejemplo, no produce ninguna afirmación que
sea demostrable o refutable. Tampoco tiene contenido empírico, no diseña
experimentos naturales o teóricos, y de seguro la mayoría de sus resultados no son
reproducibles. De acuerdo entonces en condenarla. Pero miremos un poco qué pasa
con otras disciplinas que también son llamadas “ciencias”.
¿Ciencia económica al banquillo?
Eximamos del juicio por el momento
a las ciencias “duras”. Matemática, Física, Química, Ingeniería y sus
relacionadas se llevan bastante bien con el método racional y empírico
tradicional. El momento traumático de esta historia aparece, por supuesto, con
las ciencias sociales, y en particular con las “ciencias económicas” (no, no me
voy a dejar pegar como Bunge).
Por empezar, no soy muy fan de
esas dos palabras juntas. No estoy seguro de que haya una “ciencia económica” y
mucho menos de que haya más de una. Pero lo que quiero decir es que el análisis
económico, el de la Licenciatura en Economía en particular, se presenta como
ciencia con demasiada liviandad.
La economía elabora teorías muy
diferentes entre sí, en sus supuestos, en su construcción y en su
funcionamiento, para explicar los mismos sucesos. En parte por eso la economía es
candidataza a ciencia “opinóloga”: dentro de su corpus teórico se puede explicar o defender casi cualquier
argumento. ¿Usted tiene mucha deuda? Don Pepito opina que usted es una persona
creíble a la que le dan crédito. Don José en cambio asegura que usted es un
gastador compulsivo que entrará en default
en muy poco tiempo. ¿Su balanza comercial es positiva? Tom cree que esto es una
excelente noticia que le permitirá generar empleo y ahorrar dólares. Pero Jerry
le informa que, en la práctica, su país trabaja para el extranjero y consume
muy pocas importaciones, limitando las posibilidades de expansión tecnológica
de sus inversiones.
Un corolario de estas indefiniciones
teóricas es que el componente ideológico es el que suele terminar con la
discusión. Casi no es posible hablar de “economista” sin agregar luego un
adjetivo que lo defina en el espectro político. Nada bueno para una ciencia que
se precie de tal.
Bueno, ahora en serio… o no tanto
Pero de seguro, pensará el lector
lego, existe en el fondo una “verdadera ciencia económica” que sobrepasa estas
disputas de meros mortales, y que define la cuestión. ¿No es obvio que toda
disciplina tiene claro lo que sabe y lo que no? Bueno… no. Existe algo que en
economía se llama “mainstream” o
corriente principal (también llamada ortodoxa o neoclásica), que domina la
currícula de la mayoría de las universidades. Pero sus afirmaciones, incluso
las más obvias, muchas veces no pasan el test de la realidad.
Para ver esto, concentrémenos
exclusivamente en algunas ideas ortodoxas sobre el mercado de trabajo. En la
teoría regular un aumento del salario mínimo debería dañar el empleo y su
calidad, pero los datos hasta ahora vienen sugiriendo que esto no es así,
incluso en Argentina.
La teoría también dice que los continuos influjos de inmigrantes deberían
reducir los salarios para los empleos que ellos vienen a disputar, pero el
efecto es mínimo. ¿Y no es
obvio para todos que los programas sociales de ayuda deberían reducir el
esfuerzo de búsqueda de trabajo de los beneficiarios? Bueno, parece que no.
En otras cuestiones las disputas
permanecen irresueltas por la dificultad que tiene la economía de elaborar
experimentos empíricos más o menos definitivos. Sí, está lleno de economistas
que te van a decir que se comprobó mil veces que la emisión de dinero va
juntita con la inflación y es evidencia de que la causa, pero otro grupo tan
enorme como ese te va a explicar que no, que quizás como los precios aumentaron
(por otras razones), los individuos demanden más dinero para hacer esas
transacciones que ahora son más caras, obligando así al Banco Central a emitir dinero
para evitar una recesión. Correlación no implica causalidad, y probar esta
última es un asunto complicado, de modo que esta pelotera difícilmente se zanje
en lo inmediato. Ojo que la insuficiencia de definiciones empíricas no es un problema
meramente técnico: la economía ha desarrollado una disciplina completamente
novedosa para tratar estas cuestiones: la econometría, y está repleto de nerds
economistas-estadísticos que se la pasan viendo cómo hacer para medir cada vez
mejor.
¿Y dónde está el problema? Racionalicemos…
Pero entonces, ¿cuál es la causa
principal de tanto lío y tan poca ciencia? Aquí hay posturas varias, como en el
kamasutra, pero una creciente cantidad de economistas y psicólogos está
empezando a creer que el problema es “la gente”. O mejor dicho, la diferencia
entre lo que la economía cree que hace
la gente, y lo que realmente hace la
gente. La teoría económica tradicional usa como supuesto imprescindible para el
comportamiento de la gente al homo
economicus racional, un gato que contiene la mezcla justa de calculista
avezado y un fuerte egoísmo individualista. Un homo economicus no te deja billete en el piso por levantar, impuesto
por eludir, ni se va a andar metiendo en deudas que después no pueda garpar.
Esta racionalidad económica, simbolizada en nuestra disciplina con el célebre
náufrago Robinson Crusoe, nos vino al pelo para desarrollar miles de teorías
elegantísimas, y de todos los colores.
Y sin embargo, la verdad es que no
somos ni tan egoístas ni tan buenos calculistas. Miles (miles de verdad) de
experimentos confirman, uno tras otro, que la sospecha de racionalidad limitada
(y varias veces limitadísima), está más que fundada, sobre todo cuando se trata
de las decisiones económicas. Tanto es así que nació una corriente económica
nueva, Behavioral Economics (Economía
del Comportamiento), que está repensando mucho de la teoría partiendo de la
idea de que nuestras decisiones están repletas de sesgos y fallos lógicos (y que
según Wikipedia suman nada menos que… ¡165!)
La pelea más intensa que se
suscitó con la aparición de la economía del comportamiento fue epistemológica:
¿está bien hacer teoría económica partiendo de supuestos tan poco realistas? La
respuesta mainstream no se hizo
esperar: los supuestos no tienen por qué ser realistas porque los modelos, en
ciencia, se basan en simplificaciones que nunca reflejan la realidad exacta. Acto
seguido, estos muchachos citan sin ruborizarse los ejemplos de la física y los
“experimentos ideales” que usan para finalmente establecer leyes de la
naturaleza. Gulp.
Claro que si esta forma de hacer
ciencia se aceptara literalmente, podríamos justificar absolutamente cualquier
cosa. ¿Cómo diferenciamos una buena de una mala teoría económica? El economista
mainstream por excelencia, Milton
Friedman, contestó que lo único que importa es el poder de predicción de la
teoría. Bien instrumentalista, bien popperiano el tipo. Pero claro, si revisás
un cachito para arriba este texto, verá que ya te conté que la evidencia
empírica en economía da un poco de todo. O sea que usamos supuestos erróneos, y
las predicciones no definen mucho. Caramba… caramba…
Economistas, a las cosas
Nobleza obliga, hay que reconocer
que es muy fácil acusar a las ciencias sociales de no cumplir con todos los
preceptos del método científico. Y seguramente es imposible que estas
disciplinas maduren hasta ser plenamente científicas, por la propia naturaleza
de su estudio. Pero esta no es excusa para sacarle el culo a la jeringa. Si la
economía no logra resolver sus discusiones más básicas mediante la validación
empírica, y los modelos que testeamos tienen los supuestos de comportamiento de
los marcianos, deberíamos hacer un esfuerzo por mejorar lo que tenemos. La
economía desarrolló hasta límites exasperantes su capacidad analítica, tanto en
la teoría como en las mediciones empíricas, pero seguimos asumiendo que nuestra
conducta es la de un homo economicus.
Pero pese a esto, en varios casos la teoría no refleja la realidad. Por lo
tanto, sería raro pensar que estas hipótesis no funcionan porque les falta
rigor, precisión matemática, o técnicas más avanzadas de evaluación práctica.
Durante más de un siglo los
economistas mainstream se ocuparon de
borrar el análisis del comportamiento humano de la disciplina. Se consideraba
que eso no debía formar parte de una profesión que debía parecerse más a la
ingeniería y a la física que a la “débil” psicología. Pasó el tiempo y la
repetición de las crisis, los debates inconclusos, y los fallos permanentes de
las predicciones, sugieren que este camino nos llevó a un laberinto del que hoy
pocos sabemos cómo salir.
Algunos extras sobre lo que te contamos.
Sobre la epistemología de
Friedman, acá está la pieza clave:
La economía del comportamiento
está que arde y hay miles de fuentes. Aquí una guía:
Sobre cómo se borró del análisis
económico a la psicología:
Y aquí un par de aportes que,
humildemente, escribí sobre el tema (tenés que buscar los que dicen Pablo
Mira):
Bienvenidos, señores agentes. Pasen y vean...
Bienvenidos a la inauguración oficial del blog de Dos Tipos de Cambio, el único programa de economía de los medios.
En el remoto caso que existan los cisnes negros y nunca nos hayas escuchado, estamos todos los jueves (en 2016, desde febrero), de 20 a 21 hs en el 90.7 de FM Flores. Y si querés escuchar programas del año pasado, o del otro, date una vuelta por mixcloud. Y también tenemos coordenadas en facebook y twitter (@2tiposdecambio).
Si bien el movimiento se demuestra andando, acá van algunas pistas sobre de qué va a tratar este espécimen.
Esto es lo que NO vas a encontrar acá:
En el remoto caso que existan los cisnes negros y nunca nos hayas escuchado, estamos todos los jueves (en 2016, desde febrero), de 20 a 21 hs en el 90.7 de FM Flores. Y si querés escuchar programas del año pasado, o del otro, date una vuelta por mixcloud. Y también tenemos coordenadas en facebook y twitter (@2tiposdecambio).
Si bien el movimiento se demuestra andando, acá van algunas pistas sobre de qué va a tratar este espécimen.
Esto es lo que NO vas a encontrar acá:
- Cotización diaria de las monedas
- Datos económicos de coyuntura
- Mathiness
- Jerga aburrida, innecesaria o incomprensible
- Ideas dogmáticas
- Racionalidad pura
Lo que SI vas a poder leer:
- Teorías e ideas insólitas de la economía
- Notas escritas para divulgar, no para cancherear
- Reseñas entendibles de libros o artículos de economía
- Conexiones de todos los colores entre la economía y otras disciplinas
- Extensiones de los temas del programa
- Irracionalidad pura
Por favor, si en algún momento nos apartamos de estos preceptos religiosos, nos reportan inmediatamente.
Los comentarios serán más que bienvenidos. Y como todos sabemos la diferencia entre un intercambio amable y uno que no lo es, nos ahorraremos el típico disclaimer sobre la ética del comentarista.
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