viernes, 10 de marzo de 2017

INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN UN MUNDO DESIGUAL: PARTE III

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Seguro de desempleo para todos y todas

Si la tecnología promete grandes aumentos de productividad (algo que aun está lejos de ser probado), y la intervención pública promete una eficaz redistribución (algo que tampoco está probado), entonces deberíamos replantearnos enteramente la lógica del trabajo como ocupación humana, o al menos de unos cuantos humanos. Los desplazados por la tecnología podrían simplemente quedarse en su casa cobrando un seguro de desempleo, o una indemnización por los inconvenientes ocasionados. Por supuesto, esto no acabaría con la desigualdad. Todavía habría grandes ganadores gracias a las ganancias de productividad, solo que convivirían con un grupo de individuos cuya calificación no sería suficiente para la nueva sociedad, pero que disponen de un salario mínimo para cubrir sus necesidades básicas y, eventualmente, tener la oportunidad de que sus hijos sí ingresen al sistema.

Frente a esta suerte de distopía, surgieron las propuestas de un ingreso básico universal (IBU) que cubriera las necesidades básicas de todos los habitantes, o tal vez algo más. Curiosamente, los planteos de IBU provienen de ambos lados del espectro político. La izquierda, desde luego, parte de la idea de que debe favorecerse la igualdad. La derecha, sin embargo, también ha favorecido el IBU bajo el precepto de que sería eficiente implementar esta especie de “impuesto negativo” a la Friedman, reemplazando a cambio toda la estructura de seguridad y políticas sociales.

Pero aun cuando el IBU fuera financieramente factible, queda todavía el interrogante de cuán necesario es el trabajo para la realización personal y la interacción social. El trabajo no es solo fuente de desutilidad, como sugieren los modelos económicos tradicionales. Múltiples razones psicológicas y sociológicas respaldan la idea de que el ocio puro y la falta de un objetivo profesional pueden tener efectos negativos sobre la salud mental. Se ha sugerido que, libres de la obligación de trabajar para mantener su estándar de vida mínimo, los individuos buscarían formas más plenas y creativas para llenar sus vidas, pero es muy probable que esta actitud dependa de la personalidad individual. Otra dificultad de la aplicación del IBU es la universalidad a nivel de país. Una propuesta concreta de IBU en Suiza fue rechazada en un referendum por 77% a 23%, y entre las razones se ha mencionado el riesgo de estimular una inmigración incontrolable.

Mientras las ganancias de productividad de las nuevas tecnologías no se extiendan, la realidad de los países en desarrollo solo permite un IBU que financie un ingreso básico mínimo, bastante por debajo del salario mínimo, y focalizado en grupos vulnerables. En este sentido, todo indica que el orden de llegada de estas políticas es, primero ganar desarrollo con el impacto tecnológico, y luego eventualmente repartir sus beneficios.

Macroeconomía de las promesas tecnológicas

Los debates sobre los efectos futuros de las innovaciones de punta sobre la economía son interminables, pero se discute mucho menos acerca el impacto presente de las promesas de un porvenir automatizado y con robots inteligentes. La burbuja dotcom, que explotó a principios de nuevo milenio, dio una muestra acabada de lo fácil que es sobreestimar los potenciales beneficios de la tecnología por venir.

Las historias novedosas sobre inteligencia artificial y automatización y sus efectos sobre la productividad, deben ser tomadas con cautela. Cuando los agentes perciben novedades de conocimiento común y se empieza a conformar un juicio generalizado que exagera los beneficios futuros, los riesgos del sistema crecen. Individuos, familias y gobiernos por igual están observando las maravillas de la tecnología moderna y formando expectativas sobre ellas. Sin duda, tienen ante sus ojos un “fundamento” para su creencia. En estas circunstancias, los comportamientos que anticipan gasto pensando en una compensación futura pueden generalizarse, dando lugar a trayectorias de endeudamiento no sostenibles.

Los comportamientos agregados insostenibles montados sobre expectativas de un futuro diferente basado en la tecnología, sin embargo, son más comunes en países ricos que en economías en desarrollo, ya que la interacción de los agentes con estas novedades son mucho menos frecuentes,y su capacidad de adopción menos directa. En las economías ricas, estas burbujas se traducen en apuestas desorbitadas a empresas high tech en el mercado de valores, que elevan transitoriamente el valor de mercado de la riqueza nacional, induciendo conductas eventualmente inconsistentes. Cuando las promesas tecnológicas no se cumplen, el ajuste es inevitable y el sufrimiento de una economía desarrollada se extiende fácilmente a otras, golpeando también, indirectamente, a los países medianos que dependen de ellos.

Conclusión

Las maravillas modernas, mal que nos pese, no acabarán en lo inmediato con los dilemas económicos. Es difícil que la inteligencia artificial y la automatización traiga la solución al desarrollo, a la pobreza o a la desigualdad social. Por el contrario, lo más probable es que este nuevo mundo traiga a colación muchas disyuntivas, acelere debates pospuestos, y promueva discusiones nuevas sobre las mejores respuestas de política para dar ante él.

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