Seguro
de desempleo para todos y todas
Si la tecnología promete
grandes aumentos de productividad (algo que aun está lejos de ser probado), y
la intervención pública promete una eficaz redistribución (algo que tampoco
está probado), entonces deberíamos replantearnos enteramente la lógica del
trabajo como ocupación humana, o al menos de unos cuantos humanos. Los
desplazados por la tecnología podrían simplemente quedarse en su casa cobrando
un seguro de desempleo, o una indemnización por los inconvenientes ocasionados.
Por supuesto, esto no acabaría con la desigualdad. Todavía habría grandes
ganadores gracias a las ganancias de productividad, solo que convivirían con un
grupo de individuos cuya calificación no sería suficiente para la nueva
sociedad, pero que disponen de un salario mínimo para cubrir sus necesidades
básicas y, eventualmente, tener la oportunidad de que sus hijos sí ingresen al
sistema.
Frente a esta suerte de distopía,
surgieron las propuestas de un ingreso básico universal (IBU) que cubriera las
necesidades básicas de todos los habitantes, o tal vez algo más. Curiosamente,
los planteos de IBU provienen de ambos lados del espectro político. La
izquierda, desde luego, parte de la idea de que debe favorecerse la igualdad.
La derecha, sin embargo, también ha favorecido el IBU bajo el precepto de que
sería eficiente implementar esta especie de “impuesto negativo” a la Friedman,
reemplazando a cambio toda la estructura de seguridad y políticas sociales.
Pero aun cuando el IBU fuera
financieramente factible, queda todavía el interrogante de cuán necesario es el
trabajo para la realización personal y la interacción social. El trabajo no es
solo fuente de desutilidad, como sugieren los modelos económicos tradicionales.
Múltiples razones psicológicas y sociológicas respaldan la idea de que el ocio
puro y la falta de un objetivo profesional pueden tener efectos negativos sobre
la salud mental. Se ha sugerido que, libres de la obligación de trabajar para
mantener su estándar de vida mínimo, los individuos buscarían formas más plenas
y creativas para llenar sus vidas, pero es muy probable que esta actitud
dependa de la personalidad individual. Otra dificultad de la aplicación del IBU
es la universalidad a nivel de país. Una propuesta concreta de IBU en Suiza fue
rechazada en un referendum por 77% a
23%, y entre las razones se ha mencionado el riesgo de estimular una
inmigración incontrolable.
Mientras las ganancias de
productividad de las nuevas tecnologías no se extiendan, la realidad de los
países en desarrollo solo permite un IBU que financie un ingreso básico mínimo,
bastante por debajo del salario mínimo, y focalizado en grupos vulnerables. En
este sentido, todo indica que el orden de llegada de estas políticas es,
primero ganar desarrollo con el impacto tecnológico, y luego eventualmente
repartir sus beneficios.
Macroeconomía
de las promesas tecnológicas
Los debates sobre los efectos
futuros de las innovaciones de punta sobre la economía son interminables, pero
se discute mucho menos acerca el impacto presente de las promesas de un
porvenir automatizado y con robots inteligentes. La burbuja dotcom, que explotó a principios de
nuevo milenio, dio una muestra acabada de lo fácil que es sobreestimar los potenciales
beneficios de la tecnología por venir.
Las historias novedosas sobre
inteligencia artificial y automatización y sus efectos sobre la productividad,
deben ser tomadas con cautela. Cuando los agentes perciben novedades de
conocimiento común y se empieza a conformar un juicio generalizado que exagera
los beneficios futuros, los riesgos del sistema crecen. Individuos, familias y
gobiernos por igual están observando las maravillas de la tecnología moderna y
formando expectativas sobre ellas. Sin duda, tienen ante sus ojos un
“fundamento” para su creencia. En estas circunstancias, los comportamientos que
anticipan gasto pensando en una compensación futura pueden generalizarse, dando
lugar a trayectorias de endeudamiento no sostenibles.
Los comportamientos agregados
insostenibles montados sobre expectativas de un futuro diferente basado en la
tecnología, sin embargo, son más comunes en países ricos que en economías en
desarrollo, ya que la interacción de los agentes con estas novedades son mucho
menos frecuentes,y su capacidad de adopción menos directa. En las economías
ricas, estas burbujas se traducen en apuestas desorbitadas a empresas high tech en el mercado de valores, que
elevan transitoriamente el valor de mercado de la riqueza nacional, induciendo
conductas eventualmente inconsistentes. Cuando las promesas tecnológicas no se
cumplen, el ajuste es inevitable y el sufrimiento de una economía desarrollada
se extiende fácilmente a otras, golpeando también, indirectamente, a los países
medianos que dependen de ellos.
Conclusión
Las maravillas modernas, mal
que nos pese, no acabarán en lo inmediato con los dilemas económicos. Es
difícil que la inteligencia artificial y la automatización traiga la solución
al desarrollo, a la pobreza o a la desigualdad social. Por el contrario, lo más
probable es que este nuevo mundo traiga a colación muchas disyuntivas, acelere
debates pospuestos, y promueva discusiones nuevas sobre las mejores respuestas
de política para dar ante él.
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