Las experiencias
de liberalización comercial y financiera en el cono sur y especialmente en Argentina fueron prácticamente
únicas en el mundo en términos de rapidez y extensión. La primera de ellas, a
fines de los años setenta, fue particularmente extrema. El diagnóstico de la época, real o imaginado, era que nuestro
país debía su estancamiento relativo desde 1930 al ahogo del Estado en la economía, en especial por la protección a la industria y los límites
al sistema financiero, que impedía que los argentinos ahorraran lo suficiente
para financiar nuevas y eficientes inversiones. La reacción fue una
desregulación y una apertura financiera y comercial casi fanática, en la que se
pasó de una fuerte intervención a una especie de “todo vale”.
El plan,
maquinado por el entonces ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz,
se basaba en las ideas más dogmáticas de la Universidad de Chicago y sus
prometedores “Chicago Boys”, con Milton Friedman (que ya no era ningún boy)
a la cabeza. Un aspecto central del plan fue el intento de disminuir el ritmo
de devaluación para acabar con la inflación. En un marco de liberalización
comercial total esto indujo un extremo atraso cambiario (dólar barato) y un
violento aumento de las importaciones y del turismo en el extranjero.
La obsesión con
la competencia externa se tornó tan grotesca que una publicidad televisiva
oficial rompía en cámara una silla de industria argentina, para demostrar que
las importadas podían ser de mejor calidad. Un síntoma elemental de atraso cambiario
largamente comentado fue la insólita importación de alimentos como carne o
papas, a un país con una de las mayores ventajas competitivas de recursos
naturales alimenticios del mundo. Pronto la ventaja cambiaria fue tal que no
pasó mucho tiempo hasta que la percepción general se revirtiera y fueran los
bienes nacionales los que se juzgaban como robustos frente a una avalancha
incontenible de productos importados de pésima calidad (La propia publicidad de la silla dice al final que las porquerías que importábamos podían ser incomprables).
En un marco de liberalización
financiera total con altas tasas de interés en dólares, el país recibió una andanada
de capitales extranjeros especulativos buscando una obvia diferencia en
dólares. El cine local registró la infame época con una película titulada con justeza “Plata Dulce”, que ilustró crudamente la financiarización de la
economía y sus consecuencias. El protagonista (Federico Luppi), devenido en
pocas semanas en importante directivo de una compañía financiera gracias a un
oscuro compañero de colegio, se ve inmerso en un mundo de dinero fácil y viajes
al extranjero. Como su fábrica familiar de botiquines de baño había entrado en
quiebra, Luppi procura convencer a su familia de que su éxito se debe a que el
país finalmente había ingresado al mundo moderno (cualquier similitud con la
Eurozona es pura coincidencia). Cuando llega la crisis, el gobierno se ve
obligado a castigar a los banqueros y el ingenuo Luppi termina preso mientras
su mentor, un tal Arteche, escapa a Miami con el dinero de los depositantes y
la sobrina de Luppi. En una escena que pasó a la historia del cine nacional,
Luppi descubre el engaño y grita consternado: “¡Arteche y la puta madre que te
parió!”. Pese a cierto tono de comedia, la película es dramática e ilustra
perfectamente el sentimiento de la época y lo grotesco del modelo aplicado.
Pero
además de lo caricaturesco, el año 1976 marcó una etapa política y social
oscura para el país, en la que las palabras represión y liberación adquirían un
significado político muy especial. En aquel contexto, quienes decidieron
impulsar la reforma financiera utilizaron la retórica de que el sistema
financiero argentino estaba “reprimido”. Se suponía que liberando (el eufemismo
para esta palabra era “liberalizando”) el potencial del sistema financiero se
lograría inducir un aumento del ahorro que espaciara recursos para invertir.
Los resultados de esta ilusión quedaron excelentemente plasmados en el título
de un famoso artículo de Carlos Díaz Alejandro (1984): “Good bye financial
repression, hello financial crash” (“Adiós represión financiera, hola crack financiero”).
Excelente pelicula, que debiera ser vista obligatoriamente por las nuevas generaciones para que sepan que lo que nos quieren decir ahora ya fue dicho en su momento. Y con los resultados a la vista.
ResponderBorrarTal cual, gran peli y gran enseñanza. Abrazo Fernando!
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