miércoles, 13 de abril de 2016

¿Visa Required? (reseña de “Economía de Fronteras Abiertas”, de Heymann, Perazzo y Zimmermann)

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Parte II: El fruto no vendido


En nuestro post anterior explicamos que los contenidos de Economía de Fronteras Abiertas (EFA) son absolutamente fascinantes. Pero cuando el lector interesado pero no especialista atraviesa páginas y páginas, el hechizo tarda en ocurrir. Ya adentrado, puede que le asalte la duda: ¿cuánto hacen los autores para que el lector logre degustar estos modelos y entender sus consecuencias más interesantes? La triste respuesta es: poco.

HPZ son científicos hechos y derechos. No quieren pecar de imprecisos, ni de presuntuosos, ni de exagerados, ni de incorrectos en ningún sentido. Conscientes de poseer la mejor fruta y de que no necesitan venderla, los autores eligen, casi como ofrenda de humildad intelectual, hacer poco para atraer compradores. Es su pleno derecho, por supuesto. Pero el mundo de los sistemas complejos está lleno de explicaciones fructíferas que la sociedad podría aprovechar. La fruta es deliciosa, y también es barata. Pero los autores se olvidaron de decirnoslo.

Quizás esta actitud sea consecuencia de que los modelos no pueden simplificarse demasiado. “But not simpler”, remata el viejo chiste de Einstein intentando explicar la relatividad a un interlocutor que pretendía una explicación demasiado llana. Se dirá que la ciencia exige esfuerzo, concentración, matemáticas duras. Y yo les digo, señores físicos, que ustedes saben bien que esto no es mecánica cuántica. Muchos sistemas complejos son  intuitivos y didácticos, agraciados para pensarlos, aprenderlos y admirarlos. Sé que el objetivo original era hacer notas para los alumnos de un curso de la Universidad de San Andrés. Y yo les digo, señores físicos, que este libro es demasiado bueno para ser un apunte.

Algunos pasajes no modelísticos del libro, en lugar de notar la singularidad del tema, utilizan un tono excesivamente generalista, que mina la relevancia de lo que se dice. “Esta fruta, que pertenece a la familia de las frutáceas”, parecen decirnos, “puede cosecharse y traer consigo algunas de las técnicas más depuradas, que la pueden convertir en una alternativa válida para ser considerada a la hora de consumir”. La introducción es un tráiler que, en vez de conectarnos con lo mejor de la película, se despacha con una lista de técnicas para evitar errores en las escenas. Los encantos de EFA, que son muchos, aparecen tarde y están casi ocultos.

Yo creo que el problema con EFA es que su prosa carece de modernidad. Hace rato que en otros países los autores más famosos divulgan sus saberes, o los de otros, con una cuidada mezcla de calidad académica, simplicidad, claridad y un entusiasmo apasionado por sorprender al lector. Con las mejores intenciones, la fruta se lustra una y otra vez para que brille hasta en la sombra más tenebrosa. Hasta las conclusiones de EFA, que podrían haber creado el estímulo para repasar lo leído y captar su importancia, parecen pedir disculpas por si algo en el texto ha salido mal.

No quiero ser malinterpretado. Solo digo que los contenidos de EFA y la brillantez de los autores ameritaban, además del desafío intelectual, el desafío del hechizo al lector. Se apodera de mí ese sentimiento de la quema de libros: cuánto esfuerzo desperdiciado, cuántas ideas derramadas, y cuánta gente que se perdió de conocerlas. En este caso, el libro se esconde a sí mismo, lo que extiende la angustia por lo que pudo ser. Cual metáfora de los sistemas complejos, la humildad de unos pocos genios termina por atentar contra el conocimiento de muchos.

Mientras tanto, casi una decena de baratijas que prometen enseñar economía a Doña Rosa son arrancadas de los estantes de las grandes librerías. La mayoría presentan las ideas y los errores de siempre, pero venden mucho. Frutas demasiado maduras, casi podridas, pero con envoltorios destellantes que logran colocar el producto masivamente.

EFA cometió el pecado original, pero al revés. Ocultó sin quererlo el fruto del conocimiento, y es probable que ni las serpientes se interesen por recomendarlo. Una pena, porque es lo más dulce que tiene la ciencia económica para ofrecer de su árbol, que cada vez tiene menos ramas.

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