miércoles, 13 de enero de 2016

Ciencia Económica... ¿lo qué?

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Opinen, opinen, que lo demás no importa

Supongamos que existiera la carrera de opinólogo. La licenciatura en opinología tendría por objeto, digamos, poder opinar sobre cualquier batata. Trayectoria de meteoritos, auditoría de balances de empresas, epistemología de la química inorgánica, técnicas no orientales de origami, psicología del envenenamiento de maridos, análisis técnico de la bolsa de valores. Al recibirse uno debería poder hacer afirmaciones sobre todos estos temas sin inhibiciones, y con la seguridad de un experto en la materia.
Y no me vengan con que esta carrera no se puede armar. Para empezar, muchos ya la practican: en los medios escuchamos a diario a neófitos opinar sobre cualquier tema con información mínima, calidad analítica escasa, y un enorme potencial para caer en falacias lógicas. Periodistas, políticos, economistas y abogados pululan reflexionando a pedido, sin negarse a hacerlo aun si ignoran el tema olímpicamente. Por otra parte, Opinología podría tener unas cuantas materias interesantes. Se podría enseñar el arte de parecer un experto en los campos que uno desconoce. Quizás algunas materias enseñarían el arte de convencer, de cómo elaborar el mejor sofisma. O también se aprendería a refutar cualquier argumento, por lógico, racional, o verificable que fuera.
¿Cuán científica es la Licenciatura en Opinología, doctor? Como la presenté, muchos la condenarán como nociva para la sociedad, y seguramente la considerarán una pseudociencia más. Yo opino igual, pero… ¿con qué criterios dejamos a esta noble disciplina afuera de las ciencias? Podríamos decir que Opinología no cumple con requisitos usuales del método científico. Por ejemplo, no produce ninguna afirmación que sea demostrable o refutable. Tampoco tiene contenido empírico, no diseña experimentos naturales o teóricos, y de seguro la mayoría de sus resultados no son reproducibles. De acuerdo entonces en condenarla. Pero miremos un poco qué pasa con otras disciplinas que también son llamadas “ciencias”.

¿Ciencia económica al banquillo?

Eximamos del juicio por el momento a las ciencias “duras”. Matemática, Física, Química, Ingeniería y sus relacionadas se llevan bastante bien con el método racional y empírico tradicional. El momento traumático de esta historia aparece, por supuesto, con las ciencias sociales, y en particular con las “ciencias económicas” (no, no me voy a dejar pegar como Bunge).
Por empezar, no soy muy fan de esas dos palabras juntas. No estoy seguro de que haya una “ciencia económica” y mucho menos de que haya más de una. Pero lo que quiero decir es que el análisis económico, el de la Licenciatura en Economía en particular, se presenta como ciencia con demasiada liviandad.
La economía elabora teorías muy diferentes entre sí, en sus supuestos, en su construcción y en su funcionamiento, para explicar los mismos sucesos. En parte por eso la economía es candidataza a ciencia “opinóloga”: dentro de su corpus teórico se puede explicar o defender casi cualquier argumento. ¿Usted tiene mucha deuda? Don Pepito opina que usted es una persona creíble a la que le dan crédito. Don José en cambio asegura que usted es un gastador compulsivo que entrará en default en muy poco tiempo. ¿Su balanza comercial es positiva? Tom cree que esto es una excelente noticia que le permitirá generar empleo y ahorrar dólares. Pero Jerry le informa que, en la práctica, su país trabaja para el extranjero y consume muy pocas importaciones, limitando las posibilidades de expansión tecnológica de sus inversiones.
Un corolario de estas indefiniciones teóricas es que el componente ideológico es el que suele terminar con la discusión. Casi no es posible hablar de “economista” sin agregar luego un adjetivo que lo defina en el espectro político. Nada bueno para una ciencia que se precie de tal.

Bueno, ahora en serio… o no tanto

Pero de seguro, pensará el lector lego, existe en el fondo una “verdadera ciencia económica” que sobrepasa estas disputas de meros mortales, y que define la cuestión. ¿No es obvio que toda disciplina tiene claro lo que sabe y lo que no? Bueno… no. Existe algo que en economía se llama “mainstream” o corriente principal (también llamada ortodoxa o neoclásica), que domina la currícula de la mayoría de las universidades. Pero sus afirmaciones, incluso las más obvias, muchas veces no pasan el test de la realidad.
Para ver esto, concentrémenos exclusivamente en algunas ideas ortodoxas sobre el mercado de trabajo. En la teoría regular un aumento del salario mínimo debería dañar el empleo y su calidad, pero los datos hasta ahora vienen sugiriendo que esto no es así, incluso en Argentina. La teoría también dice que los continuos influjos de inmigrantes deberían reducir los salarios para los empleos que ellos vienen a disputar, pero el efecto es mínimo. ¿Y no es obvio para todos que los programas sociales de ayuda deberían reducir el esfuerzo de búsqueda de trabajo de los beneficiarios? Bueno, parece que no.
En otras cuestiones las disputas permanecen irresueltas por la dificultad que tiene la economía de elaborar experimentos empíricos más o menos definitivos. Sí, está lleno de economistas que te van a decir que se comprobó mil veces que la emisión de dinero va juntita con la inflación y es evidencia de que la causa, pero otro grupo tan enorme como ese te va a explicar que no, que quizás como los precios aumentaron (por otras razones), los individuos demanden más dinero para hacer esas transacciones que ahora son más caras, obligando así al Banco Central a emitir dinero para evitar una recesión. Correlación no implica causalidad, y probar esta última es un asunto complicado, de modo que esta pelotera difícilmente se zanje en lo inmediato. Ojo que la insuficiencia de definiciones empíricas no es un problema meramente técnico: la economía ha desarrollado una disciplina completamente novedosa para tratar estas cuestiones: la econometría, y está repleto de nerds economistas-estadísticos que se la pasan viendo cómo hacer para medir cada vez mejor.

¿Y dónde está el problema? Racionalicemos…

Pero entonces, ¿cuál es la causa principal de tanto lío y tan poca ciencia? Aquí hay posturas varias, como en el kamasutra, pero una creciente cantidad de economistas y psicólogos está empezando a creer que el problema es “la gente”. O mejor dicho, la diferencia entre lo que la economía cree que hace la gente, y lo que realmente hace la gente. La teoría económica tradicional usa como supuesto imprescindible para el comportamiento de la gente al homo economicus racional, un gato que contiene la mezcla justa de calculista avezado y un fuerte egoísmo individualista. Un homo economicus no te deja billete en el piso por levantar, impuesto por eludir, ni se va a andar metiendo en deudas que después no pueda garpar. Esta racionalidad económica, simbolizada en nuestra disciplina con el célebre náufrago Robinson Crusoe, nos vino al pelo para desarrollar miles de teorías elegantísimas, y de todos los colores.
Y sin embargo, la verdad es que no somos ni tan egoístas ni tan buenos calculistas. Miles (miles de verdad) de experimentos confirman, uno tras otro, que la sospecha de racionalidad limitada (y varias veces limitadísima), está más que fundada, sobre todo cuando se trata de las decisiones económicas. Tanto es así que nació una corriente económica nueva, Behavioral Economics (Economía del Comportamiento), que está repensando mucho de la teoría partiendo de la idea de que nuestras decisiones están repletas de sesgos y fallos lógicos (y que según Wikipedia suman nada menos que… ¡165!)
La pelea más intensa que se suscitó con la aparición de la economía del comportamiento fue epistemológica: ¿está bien hacer teoría económica partiendo de supuestos tan poco realistas? La respuesta mainstream no se hizo esperar: los supuestos no tienen por qué ser realistas porque los modelos, en ciencia, se basan en simplificaciones que nunca reflejan la realidad exacta. Acto seguido, estos muchachos citan sin ruborizarse los ejemplos de la física y los “experimentos ideales” que usan para finalmente establecer leyes de la naturaleza. Gulp.
Claro que si esta forma de hacer ciencia se aceptara literalmente, podríamos justificar absolutamente cualquier cosa. ¿Cómo diferenciamos una buena de una mala teoría económica? El economista mainstream por excelencia, Milton Friedman, contestó que lo único que importa es el poder de predicción de la teoría. Bien instrumentalista, bien popperiano el tipo. Pero claro, si revisás un cachito para arriba este texto, verá que ya te conté que la evidencia empírica en economía da un poco de todo. O sea que usamos supuestos erróneos, y las predicciones no definen mucho. Caramba… caramba…

Economistas, a las cosas

Nobleza obliga, hay que reconocer que es muy fácil acusar a las ciencias sociales de no cumplir con todos los preceptos del método científico. Y seguramente es imposible que estas disciplinas maduren hasta ser plenamente científicas, por la propia naturaleza de su estudio. Pero esta no es excusa para sacarle el culo a la jeringa. Si la economía no logra resolver sus discusiones más básicas mediante la validación empírica, y los modelos que testeamos tienen los supuestos de comportamiento de los marcianos, deberíamos hacer un esfuerzo por mejorar lo que tenemos. La economía desarrolló hasta límites exasperantes su capacidad analítica, tanto en la teoría como en las mediciones empíricas, pero seguimos asumiendo que nuestra conducta es la de un homo economicus. Pero pese a esto, en varios casos la teoría no refleja la realidad. Por lo tanto, sería raro pensar que estas hipótesis no funcionan porque les falta rigor, precisión matemática, o técnicas más avanzadas de evaluación práctica.
Durante más de un siglo los economistas mainstream se ocuparon de borrar el análisis del comportamiento humano de la disciplina. Se consideraba que eso no debía formar parte de una profesión que debía parecerse más a la ingeniería y a la física que a la “débil” psicología. Pasó el tiempo y la repetición de las crisis, los debates inconclusos, y los fallos permanentes de las predicciones, sugieren que este camino nos llevó a un laberinto del que hoy pocos sabemos cómo salir.

Algunos extras sobre lo que te contamos.

Sobre la epistemología de Friedman, acá está la pieza clave:
La economía del comportamiento está que arde y hay miles de fuentes. Aquí una guía:
Sobre cómo se borró del análisis económico a la psicología:
Y aquí un par de aportes que, humildemente, escribí sobre el tema (tenés que buscar los que dicen Pablo Mira):


3 comentarios:

  1. Muy buena el análisis, sobre todo porque se enfoca en dos preguntas sumamente relevantes para la epistemología económica: i) ¿cómo es que puede sostenerse una teoría a pesar de no tener poder explicativo ni predictivo?; ii) ¿Por qué esa teoría no tiene poder explicativo ni predictivo?
    Respecto a la primera pregunta, coincido en que el gran problema es que en economía no existe el “laboratorio” que tienen las ciencias duras. Esto no permite replicar el fenómeno bajo las mismas exactas condiciones ni aislar las potenciales causas “externas” que pueden estar influyendo. Así, resulta muy difícil falsar popperianamente una teoría, porque siempre se podría argumentar que esto se debe a que una de las hipótesis auxiliares era errónea, manteniendo la hipótesis principal intacta (la famosa tesis Duhem-Quine).
    Esto lleva a nuevas preguntas, como por ejemplo si la ciencia económica progresa o si en realidad puede llegar a existir la posibilidad de que el mainstream actual refleje una acumulación de errores y de mecanismos de defensa de la teoría que hicieron que en la actualidad poco y nada de la misma sea rescatable. O también si es que hay algo así como el conocimiento empírico “cierto” en economía, o si en realidad no existe un método que permita refutar las teorías empíricamente, y por lo tanto debería buscarse otra manera de falsar las teorías.
    Respecto a la segunda pregunta, difiero un poco: el problema no es que el mainstream utilice como supuesto que el agente representativo sea racional; el problema es directamente la utilización de un individuo representativo. Es decir, el problema más grave yo lo encuentro en la microfundamentación de la macroeconomía, más que en cómo se microfundamenta.
    El mainstream parte del comportamiento del individuo para explicar el comportamiento de las variables macroeconómicas, cuando lo que sucede es lo contrario. La macroeconomía es la que termina determinando el comportamiento del individuo.
    Además, puede llegar a resultar un tanto contradictorio sostener que la macroeconomía debe estar microfundada y al mismo tiempo argumentar que lo que la economía necesita entonces es fortalecer el realismo en su descripción de las decisiones individuales. Un mayor realismo de este estilo sería lógico si el objetivo de la macroeconomía fuese la explicación y la predicción del comportamiento individual, pero esto es todo lo contrario. La microfundamentación es relevante para la macroeconomía solo si el agente representa a la mayoría de los individuos. Pero el reclamo de un mayor realismo en la descripción del agente representativo va a contramano de lo anterior, dado que esto significaría otorgarle mayor especificidad y, entonces, menor representatividad (Hoover, 1995).
    Abrazo

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    1. Buen punto, Juan Manuel. Esa es otra dimensión generalmente poco explorada. Creo que las dos abren mundos enormes para la investigación, y que vale la pena esforzarse para entenderlos.
      De paso, te cuento que estoy leyendo un paper recién salidito del horno de Stiglitz (http://www.nber.org/papers/w21823.pdf) que es un avance en esta dirección.
      Abrazo

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  2. Muy bueno el planteo, especialmente por su abordaje científico de las cuestiones más fundamentales de las ciencias sociales, sin que por eso pierda lucidez el planteo epistemológico original. Festejo este nuevo blog que nos ilumina sobre los aspectos más trascendentes de la economía. Bravo!!!

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