Antes de empezar a escribir, algunas definiciones
La empresa está en crisis.
Argentina está en crisis. El capitalismo está en crisis. El planeta está en
crisis. La Vía Láctea está en crisis.
En este mundo de exuberancias, la
palabra crisis se suele usar para casi todo. Ayuda que el vocablo suena lindo,
y además que es a la vez singular y plural. Como la caries, con la diferencia
que nadie se equivoca y manda que se produjo “una crisi”. Pero hay algo más que
hace a la palabreja particularmente atractiva: parece escandalosamente grave y llama
la atención de quien la escucha. No es lo mismo “tener problemitas” que “estar
en crisis” (yo tengo problemitas). La crisis llama al quiebre de algo, llama a
la acción, llama a la llama (o sea, al fuego).
Como dije, el término se usa y se
abusa. Los religiosos lo utilizan para anunciar la llegada de un redentor. Los
agoreros y los antisistema la usan para advertir el fin de una era política y
social. Y los consultores de empresas
para vendernos que crisis es oportunidad (“oportunidad” en chino se dice jihui, por si alguno se comió el
amague). Pero desde la perspectiva de un (macro) economista, la crisis es algo
bien concreto. Y jodido.
Antes de hablar quisiera decir
unas palabras: no hay que caer en la tentación de llamar crisis a cualquier
batata. Hay batatas baratas y otras caras, y también hay crisis baratas y
caras. Las primeras las solemos llamar recesiones: son momentos en los que la
actividad económica (medida como la evolución del Producto Bruto Interno o PBI,
lo que produce un país en un año) desacelera o se reduce levemente durante un
período corto. Técnicamente, una recesión se suele definir como una caída del
PIB trimestral durante dos períodos consecutivos. O sea que si tu PIB cayó 0,1%
trimestral (ok, sin estacionalidad, amigo nerd)
durante dos trimestres… tuviste una recesión papá. Si después creciste 10% cien
años seguidos, no importa nada. Los promedios no te salvan: una recesión es una
recesión.
Pero recesión no es crisis (no,
recesión en chino tampoco significa oportunidad). Una crisis es otro merengue,
como gusta decir un gran profe de macro de la facultad. En una crisis en serio
el PIB te puede caer 10% o 15% en un año, y el desempleo dispararse a 25%. ¿Qué
recórcholis pasa que nos hundimos de esa manera?
Bolonquis de una crisis
Te tiro una definición, y en un
rato la aclaro: una crisis es un
episodio marcado por dificultades generalizadas para el repago de deudas en un contexto de baja actividad económica y
elevado desempleo. En países menos desarrollados, hay que sumar dramáticos
aumentos de la pobreza y un empeoramiento en la distribución del ingreso que
puede costar varios años, o incluso décadas, revertir. Las consecuencias
políticas las conocemos bien.
En una crisis aparecen todas las preocupaciones juntas. Quienes siguen
a los mercados financieros asisten con aprensión a las enormes fluctuaciones diarias;
los que analizan la actividad y el empleo se inquietan por las bajas bruscas en
pocos meses; y quienes miran el largo plazo notan mutaciones negativas que
llevarán años y mucho esfuerzo corregir.
Estos eventos quedan en la memoria de la gente no solo por la
economía, sino por un profundo sentimiento de injusticia. Nadie en una crisis
se siente responsable por lo ocurrido y sin embargo, con pocas excepciones,
todos pierden. Pero no hay nada más humano que buscar una causa próxima e
inteligible para las contrariedades, de modo que las culpas se suelen repartir
entre gobiernos, bancos, y “los poderosos de siempre”. Más allá de que siempre hay
algunos más responsables que otros, lo cierto es que en una crisis se pierde la
percepción de que estamos ante un dilema agregado. Un dilema de todos y todas.
El estado traumático contagia a los economistas académicos: la crisis
hace reaparecer debates de casi un siglo atrás. Durante la “gran recesión” de
2009 (se llamó así pero no nos engañemos, fue una verdadera crisis), se revivieron
las discusiones más básicas sobre qué política económica llevar adelante para
salir. Aunque parezca increíble, un bando decía que para acabar con la crisis
había que aumentar el déficit
público (gastar más de lo recaudado) y el otro decía que había que reducirlo. Así está la ciencia económica,
muchachos.
Promesas sobre el bidet
Pero volvamos a la definición de hace un ratito: si una crisis
es un episodio marcado por
dificultades generalizadas para el repago de deudas, necesitamos dos cosas: que
la economía esté endeudada y que aparezcan dificultades para garpar. Lo que obviamente
ocurre solo si… te endeudaste demasiado.
¿Y cómo se endeuda demasiado un país entero? La experiencia individual no
siempre ayuda a entender la macro, pero esta vez puede servir. Una familia se
endeuda de más cuando se zarpa consumiendo por encima de lo que puede pagar. ¿Y
qué determina lo que puede pagar? Fácil: su capacidad de generar ingresos
futuros. Llamemos a esta capacidad ingreso
permanente (nota nerd: no, no banco en absoluto la “teoría del ingreso
permanente”, solo llamo así al ingreso promedio que pensás que ganarás en el
resto de tu vida). Ahora, ¿cómo forma su percepción de ingreso permanente una
economía entera? Necesitamos equivocarnos todos juntos, o sea coordinadamente,
y formar la expectativa de que vamos a ser muy ricos en el futuro. ¿Quién puede
lograr esta magia (negra)?
Un candidato es el gobierno, al que mucha gente le presta atención. En
los países en desarrollo cambiar favorablemente las expectativas no es fácil,
hasta que un gobierno flamante propone un “plan integral de cambio” (si tenés
la suerte de que los organismos internacionales te den crédito suficiente). La retórica
más efectiva de estos reformistas es afirmar que es necesario un cambio en la
forma de pensar y actuar de los argentinos… salud. Pese a su trivialidad, estos
diagnósticos pueden funcionar temporalmente sobre la psicología social y
encender por un tiempo el motor de la economía. No es difícil pensar ejemplos
en Argentina: en los 80s escuchamos que “con la democracia se … (complete con
el verbo que desee)”; en los 90s eran las privatizaciones las que iban a lanzar
a la Argentina al liderazgo mundial indiscutido. No importa el sesgo ideológico
del cambio, sino que lo haya: si una propiedad era pública, se anuncia su privatización;
y si era privada, su nacionalización.
Pero en los países desarrollados estos anuncios tienen patas cortas. Dado
que la cosa más o menos funciona, las grandes transformaciones no suelen ser
bienvenidas. ¿Cómo alimentar entonces las expectativas positivas? La estrategia
más común es aprovechar un ciclo positivo en marcha. Las autoridades se apuran
a indicar que la expansión se debe a las reformas llevadas a cabo durante su
gobierno (aunque no hayan existido).
Pero la justificación típica de los países ricos es más bien privada.
Cuando la cosa viene bien, los analistas empiezan a decir que el desarrollo
tecnológico permitirá un mejor funcionamiento económico para siempre. Un héroe
con pies de barro, como atestigua el caso de la burbuja de las acciones
tecnológicas puntocom que explotó a
principios del nuevo siglo. O como confirmó la burbuja inmobiliaria de los
2000s, cuando aparecieron todo tipo de gurúes financieros e incluso académicos
anunciando una nueva época de crecimiento continuo con estabilidad (que se
llamó “la gran moderación”). Los gurúes son los oportunistas de siempre, pero
los académicos a que me refiero son pesos pesados en la profesión, como Robert Lucas, Thomas Sargent y Olivier Blanchard. Todos ellos pronunciaron sus respectivas
“últimas famosas palabras”, que más o menos decían que las crisis ya eran cosa
del pasado. Say no more.
I had a dream
Las fábricas de sueños que buscan coordinar expectativas a la suba
sufren sin embargo de una debilidad fundamental, y es que una vez que arrancan es
difícil pararlas. El boca a boca funciona muy bien, sobre todo cuando se trata de
hacer plata fácil y rápido. Y las autoridades colaboran, porque aunque se den
cuenta que todo es una burbuja (en la Bolsa o en el mercado inmobiliario), no les
conviene reconocerlo. Todos los incentivos apuntan a sostener el juego.
Bueno, ya tenemos el setup
del engaño, pero nos falta un ingrediente: la economía debe endeudarse fuerte
en relación a su capacidad productiva futura (o sea, en relación con su ingreso
permanente). Esto se llama leverage,
o en spanish, apalancamiento. El leverage
es “fundamental” para que la crisis, cuando explote, haga mucho pero mucho
daño. Que se te caiga el salario sin estar endeudado es malo porque vas a
gastar menos durante un tiempo (y la actividad sufrirá un rato), pero te vas a
acomodar rápido. Solo ocurrirá una recesión. En cambio, que no te suban el
salario como pensabas para pagar tus deudas puede generar una crisis, porque te
vas a decepcionar con la vida, vas a intentar por todos los medios desendeudarte,
y esto va a llevar mucho tiempo de restricción en tu gasto, que es demanda de
los demás. Y si tardás en pagar tus deudas, otros no van a cobrar y tampoco
podrán gastar. La demanda se muere y sin demanda, querido lector, no hay
economía que funcione.
Cada evento de crisis es un golpe de realidad, que nos devuelve a un
nivel de riqueza que había sido sobreestimado. ¿Quién causa y quién acusa esta
nueva realidad? La experiencia sugiere que, al menos en Argentina, los que
garpan la crisis son los pobres, pero de seguro no sienten que tengan la
culpa. Y quizás tengan algo de razón: nuestra definición de crisis requiere
buscar los responsables del “exceso de deuda”, y la verdad que los más pobres
mucho acceso al crédito no tienen. Clase alta y clase media, en cambio, pueden
llevar a la práctica sus sueños de ingreso permanente.
Pero falta responder la pregunta del millón: ¿cuál es el hecho que nos
defrauda, que demuestra que ese ingreso permanente estaba mal y lanza a la
economía hacia el caos total? Aquí voy a descansar en la detallada y precisa explicación
de Taleb en El Cisne Negro: no sabemos. Las burbujas de sueños se
pinchan con los eventos más sutiles e inesperados. Los genios de turno te van a
decir que ellos sabían, y que se la veían venir. No les creas. Y en cualquier
caso, el evento es lo menos importante de una crisis. Una vez que estás en la
cima de las ilusiones económicas, todo está listo para explotar, solo es
cuestión de tiempo…
Referencias interesantes sobre las crisis
Kindleberger, Ch. (1978): Manias, Panics, and Crashes: A History of
Financial Crises, Macmillan (hay libro en castellano).
Leijonhufvud, A. (2009): “Macroeconomics and
the Crisis: A Personal Appraisal,” CEPR Policy Insight 41, Noviembre
Taleb, N. (2007): El Cisne Negro,
Paidós.
Muy bueno el artículo!!!! Yo agregaría que la crisis causal de la paotlogía económica argentina se ha convertido siempre en el mayor de los desagravios a la monarquía. Eso está bien!!
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