jueves, 26 de mayo de 2016

CHARLES PONZI, REY DE LAS BURBUJAS

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En otro post especulamos sobre algunas propiedades de las burbujas especulativas, pero no te contamos sobre los personajes que suelen aparecer en estas circunstancias. Cuando la burbuja se cae, o hay crisis, la mayoría se queja de los banqueros, los gobiernos y los estafadores. Muchas veces incluso se culpa del lío al propio sistema capitalista .

Pero a no confundirse, es cierto que las burbujas especulativas estimulan la aparición de estafas de alta gama. Pero éstos representan en realidad la expresión extrema de la conducta generalizada de todos los que participamos de la burbuja, que podemos ser muchos. Y si bien no todos ganamos la misma guita especulando, una burbuja no se debe a la mala leche de unos pocos, sino a la ambición de varios al mismo tiempo. 

Igual, no quiero aquí ponerme a repartir culpas, sino a contarles la particular historia de Charles Ponzi, el estafador más querido de la historia. Los dorados años veinte vieron nacer en los Estados Unidos a este inmigrante italiano que desembarcó sin un solo dólar en el bolsillo y logró conven­cer a media ciudad de Boston de que si le prestaban su dinero se los duplicaría en apenas tres meses. Presuntamente, Ponzi necesitaba capital para financiar un negocio que aprovecharía diferencias cambiarias en los cupones postales internacionales, que no estaban del todo arbitrados. 

Ponzi no ganó un solo dólar con su negocio, pero increíblemente igual cumplió su pro­mesa de pagar tremenda tasa de retorno. O no tan increíblemente, porque su verdadero negocio era pagar a los primeros inversores con la plata de los nuevos. La confianza de los primeros ganadores forta­leció la de aquellos que vendrían después y en un par de meses Ponzi manejaba una fortuna de 15 millones de dólares (de aquella época!), aunque claro... a los tres meses debía devolver el doble. 

A las pocas semanas de iniciada esta historia, la policía descubrió el fraude y Ponzi acabó en la cárcel. Casi cien años después, Bernard Madoff usó exactamente la misma estrategia, pero en otra escala: estafó a miles de personas por 50.000 millones de dólares y también acabó preso. La pregunta para vos, economista: ¿cómo es que se puede engañar a tanta gente al mismo tiempo? Van algunos tips:

Lo que seguro necesitás, para empezar, es cierto atractivo. Si querés que confíen en vos deberías lucir seguro y simpático, vestir bien, y ser lo más amables posible. Debés usar la jerga finan­ciera justa, sin mostrarte ignorante pero tampoco abusando demasiado de ella, para no espantar inversores con negocios que parezcan demasiado complicados, y por lo tanto poco factibles.

Tampoco es necesario convencer a todo el mundo. Estos encantadores financistas logran construir sus castillos en el aire no a partir de un convencimiento generalizado, sino persuadiendo a unos pocos ingenuos que se arriesgan a ingresar y ser los primeros. A ellos, por supuesto, les va muy bien (si salen a tiempo, son los verdaderos ganadores de la burbuja). Alcanzado el mínimo crítico de socios, otros se sentirán estúpi­dos de no participar de un negocio tan rentable. Pronto se acoplan los más ricos e incluso los más pobres, arriesgando lo poco que tienen. A Ponzi hasta los niños le rogaban que tomara sus pocos dólares como inversión.

En medio de la burbuja, se producen situaciones que rozan el ridículo: el Ponzi o Madoff de turno comienza a convertirse en una persona poderosa, no solo por su dinero sino por su poder mágico de mul­tiplicarlo. Ante una eventual mala noticia, los inversores no necesariamente corren a buscar su dinero y a veces incluso inten­tan defender a su héroe públicamente. Ponzi perdió credibilidad solo al ser dete­nido, pero durante los meses en los que fue investigado por las autoridades, las inversiones no eran retiradas y el público abucheaba cada intervención de la policía contra él. 

Esta reacción es entendible desde la racionalidad: si un inversor se da cuenta de que su capital forma parte de una burbuja que solo se sostiene con la confianza del resto, querrá evitar que explote. Por eso, un aportante que sabe positivamente que el esquema no tiene fundamento tiene pocos incentivos para salir a gritarlo. Demás está decir que este equilibrio es delicado, porque en algún momento cierta masa crítica de inversores desconfiados disparará una corrida y aca­bará con todo. Pero también vale la defensa a nivel emocional. Ponzi era un entrepreneur exitoso que prometía mucho más que los avaros y ricos banqueros. Se conectaba con la gente y la trataba personalmente, no a través de un frío vidrio.

Una característica interesante de estos esquemas (que se llaman, justamente, "esquemas ponzi") es que, pese a repetirse una y otra vez sin demasiados cambios, siguen funcionando. ¿Es este un caso similar al del chiste viejo que hace reír porque, pese a tratarse de la misma broma, el público se renueva? No exactamente. Si bien siem­pre hay incautos, los esquemas Ponzi son más que conocidos por el público. Pero la avaricia de la gente puede más. Pese a que la teoría económica se ha edificado a partir del supuesto de que los indivi­duos no pueden tropezar dos veces con la misma piedra, la naturaleza humana no es esa: cada nueva ola de optimismo viene acompañada de su “esta vez es diferente”, y la piedra nos hace tropezar una y otra vez.

La solución integral a estas estafas, tal como sucede con otros dilemas sociales, seguramente no exista. Una vez comenzado el fraude es difícil detectar al responsable, porque sus inversores pasan de engañados a virtuales socios. Por ende, no es esperable que una mayor información a disposición del público sobre los riesgos involucrados evite la aparición de nuevas estafas. No debemos esperar que un sistema financiero liberado funcione eficazmente con solo dotar de mayor información al público. Los carteles que avisan en los paquetes de cigarrillos que “fumar es perjudicial para la salud” quizás hayan ayudado a disminuir parcialmente el vicio, pero en el caso de los esquemas Ponzi el problema es más grave, porque lo prometido no es un rato de placer mientras tomamos un café, sino la salvación económica para toda la vida.

3 comentarios:

  1. La ambición rompe el saco. había una vez un chabón al que le dijeron todo el terreno que puedas marcar con el alambrado es tuyo. Murió en el intento.

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  2. Ahora volvieron las estafas basadas en el esquema Ponzi, siempre hay alguna dando vueltas. Y conozco a gente que entró dos veces (sí, no era suficiente perder una vez) al grito de "esta es distinta".

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    1. Fantástico. Y te digo más, hay gente que juega (sistemática y regularmente) a la quiniela. (?)

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