Hace unas décadas, los defensores del desarrollo europeo y norteamericano solían ilustrar las diferencias en la calidad de vida con un simple indicador: la cantidad de papelitos tirados en la calle.
Al más puro estilo de Capusotto y su personaje Luis Solari, que nunca viajó pero le contaron, los admiradores del viejo continente se asombraban de lo limpio que estaba todo. De que en esos países no ibas a ver "un solo papelito tirado en la calle", y que si alguien lo tiraba, inmediatamente era repudiado por otros ciudadanos, o incluso detenido y condenado a pena de muerte por una justicia decidida a defender ese estilo de vida.
El otro día se me ocurrió que podía ser interesante mirar un poco las calles y ver cuán sucias y "llenas de papelitos" estaban. La verdad, vi poca basura y una limpieza más que decente por casi todo el camino que transité. Más aun, lo que más se ve en la vereda no son los papelitos sino la caca de perro, regalos de esa subclase social que odió, odia y odiará a su prójimo viva donde viva.
Mi sensación entonces es que se tira mucha menos basura a la calle. Por qué? Tengo tres hipótesis. La primera es simplemente la natural tendencia civilizatoria de la humanidad. No solo tiramos menos papeles, también se escupe menos, no se hace pis en la calle, no se chifla a un amigo para avisar que llegamos y se toca menos bocina.
La segunda es que esta mejor onda fue acompañada, al menos en CABA, por una efectiva colocación de basureros. Ojo, intentos de poner cestos siempre hubo, pero normalmente eran ignorados o destrozados por gente sin escrúpulos. Pero eso ocurre mucho menos y ahora simplemente usamos más y mejor estos canastos.
Y quizás una tercera sea que consumimos menos cosas envueltas en papelitos. O que comemos menos por la calle.
Pero lo más importante de lo que está sucediendo con los papelitos es que ya no vale como proxy del desarrollo. Hoy tiramos muchos menos papeles, pero seguimos en la trampa del ingreso medio, y estamos por completar una nueva década perdida. Evidentemente, eso no era.
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