En el post anterior decíamos que las reacciones del consumo a la inflación esperada eran poco significativas a menos que el individuo reconociera una relación específica entre la inflación que espera y los precios de los bienes que le interesan comprar o que le sirven de referencia. Y también dijimos que los bienes cuyos precios más miramos eran los de los activos (y algunos durables).
Y sin embargo, la macroeconomía ha centrado su análisis de los efectos de la inflación sobre el consumo casi siempre en el Indice de Precios al Consumidor (IPC), que captura mayormente la inflación en bienes de consumo no durables. Las percepciones de los modelos tradicionales que enfatizan la reducción de la demanda de dinero en contextos inflacionarios, a favor de un incremento de consumo, enfatizan únicamente la percepción individual de la inflación al IPC.
Por supuesto, cuando la inflación es generalizada, el IPC es una proxy muy adecuada de la evolución de los precios de los durables o de los activos físicos, pero hay muchas circunstancias en las que, a lo largo del ciclo se observan cambios en los precios de los activos no tan rápidamente reflejados en el IPC.
Quizás mucho más importante, el IPC tiende a ser entendido como un indicador de cómo la inflación afecta a los ingresos corrientes. Pero cuando hay inflación a nosotros nos interesa mirar qué pasa con los ahorros (por supuesto el IPC afecta a los dos, pero el punto es cómo se percibe este impacto). Como los ingresos corrientes se suelen utilizar para gastos corrientes (regulares), esas costumbres son más difíciles de modificar. En cambio, psicológicamente las variaciones en los precios de los activos sí pueden modificar la disponibilidad a gastar los ahorros. Si los individuos sienten que la suba del valor de los activos es "plata que sobra", eso significará que nos creemos que tenemos derecho a gastar en algo en lo que no lo hacíamos antes. El acostumbramiento al nuevo perfil de gasto en medio de una suba continua de precios de activos hace el resto.
La crisis! Está hablando de la crisis!...
A esta altura ya se habrán dado cuenta de que no estamos hablando de la inflación argentina. Estas ideas tienen mucho más que ver con la crisis internacional de 2009. Es que precisamente fueron estas percepciones de estabilidad de precios de no durables y de expectativa de inflación de activos las que alimentaron el desahorro de los hogares norteamericanos durante los hechos que dieron lugar a la crisis.
La inflación de activos puede inducir cambios en el consumo por la vía de la percepción de un cambio en la situación personal, mucho más directa, mensurable y “palpable” que las tendencias generales del IPC u otros indicadores macroeconómicos. El indicador de inflación en no durables solo le permite al individuo hacerse una idea del estado general de la macroeconomía, pero este agente no tiene por qué extrapolar de aquí que él debe comportarse como un individuo promedio. Una buena situación personal en un marco macroeconómico riesgoso podría interpretarse como el resultado de nuestras excelentes decisiones financieras, transformadas en las ganancias que rinden los activos que compramos. En un contexto como este, el individuo se siente con confianza y con derecho a consumir más.
Los hacedores de política monetaria en EEUU y otras partes del mundo, que aunque no parezca también son humanos, se formaron la percepción de que un IPC estable reflejaba que el gasto era el que tenía que ser, y que el precio de los activos físicos y financieros también era adecuado. El éxito del crecimiento sin inflación, pensaron, se debió a su brillante tarea al mando de los principales bancos centrales del mundo. Pero con esta visión solo contribuyeron a la sensación errónea de que todo iba sobre ruedas en el plano macroeconómico, y que por tanto no había razón para pensar que había algo peligroso en el sobreconsumo americano.
Conclusión
La inestabilidad en los precios de los activos en contextos de estabilidad del IPC pueden crear las bases para una inestabilidad real en el mediano plazo, por las (generalmente bruscas) correcciones que aparecerán en el futuro. Cuando se incluyen consideraciones psicológicas, la diferencia entre inflación de activos y de no durables resulta importante para estudiar la dinámica del ciclo económico.
Es posible entonces que una aceleración de la inflación no modifique esencialmente las costumbres del consumo, y que sí lo haga una inflación (o deflación) de activos. No esperemos que una desaceleración del IPC traiga más actividad económica, y sí estemos atentos a la volatilidad de precios de los activos, que es lo que los individuos pueden percibir y sentir más cercanamente para tomar decisiones de gasto.
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