¿El
progreso humano nos ha vuelto inmunes a nuestras creencias más insólitas? Es
cierto que algunas de ellas han tendido a desaparecer. Ya casi nadie acude a
una medium para hablar con los seres
queridos que ya no están; poco le temen a los fantasmas; y solemos reirnos
cuando se culpa a gato negro que se cruzó en el camino o a pasar la sal en mano
de nuestras desgracias. Pero quizás todavía hay varios que están convencidos de
que las pirámides de Egipto fueron construidas por extraterrestres, de que los
signos astrológicos del zodíaco determinan la personalidad, o de que la llegada
a la Luna fue un montaje hollywoodense.
Los
movimientos escépticos del mundo se han ido encargando de demostrar,
pacientemente, que el Triángulo de las Bermudas y sus abducciones de naves era imaginario,
que el mentalista israelí Uri Geller que doblaba cucharitas con la mente no era
más que un mago mediocre, y que el Pie Grande, una especie de gorila gigante no
registrado por la zoología tradicional, nunca existió. Pero pese a estos
esfuerzos, el público se renueva y reaparecen las especulaciones extravagantes,
como los movimientos anti-vacunas, la hipótesis del auto-atentado de Estados
Unidos a las Torres Gemelas, y decenas de otras teorías conspirativas. ¿Por qué,
pese a que son refutadas una y otra vez, estas ideas extrañas vuelven a
florecer?
¿Es la educación, estúpido?
Puede que se
trate simplemente de gente desinformada o científicamente poco educada. Se
supone que los individuos más y mejor instruidos deberían mostrar una menor predisposición
a “tragarse la píldora”. Algo de eso hay, pero la explicación es insuficiente. Por
ejemplo, una proporción nada desdeñable de la población educada de los Estados
Unidos (entre un 40 y un 45%) son “creacionistas”, religiosos extremos que
creen, contra toda evidencia científica, que el universo tiene apenas 5.000
años de existencia. Y solo el 10% de los americanos aceptan la teoría de la
evolución sin intervención divina como explicación de cómo llegamos hasta aquí.
Más aun, en ese país la creencia en cuerpos poseídos por el demonio, casas
embrujadas y la astrología crece con
el nivel educativo.
También
hay razones teóricas para desconfiar de la baja educación como causa excluyente.
La inteligencia humana es compartamental, lo que significa que podemos ser
brillantes en algunas tareas, y al mismo tiempo defender ideas completamente ridículas
en otros ámbitos del conocimiento. El científico Joseph Rhine dedicó décadas de
su carrera a la búsqueda de fenómenos extrasensoriales como la telepatía, sin
ningún resultado. Muchas agencias oficiales ofrecieron ingentes sumas a
videntes y parapsicólogos con la esperanza de hallar personas desaparecidas, o
de rastrear a secuestradores. Alguna vez la Armada de los Estados Unidos invirtió
dinero para detectar gente con presuntas facultades paranormales, que se
entrenaban intentando matar cabras con la mirada (situación inmortalizada en la
película Los Hombres que Miraban Fijamente a las Cabras, protagonizada por
George Clooney). Por otro lado, mucha gente puede utilizar su inteligencia para
defender ideas absurdas, buscando evidencias espurias o desarrollando
argumentos sofisticados únicamente para defenderse de los escépticos. Pregunten
a un mago cuál es su público ideal para engañar, y no dudará en elegir a los
que se creen más inteligentes.
Pensamiento crítico
Quizás lo que importa no es la calificación educativa, sino la capacidad de
tener pensamiento crítico. Pero esta es un justificación circular, ya que justamente
suele definirse como gente abierta y autocrítica a aquellos que no creen en
fantasías y delirios. Y aun cuando ésta fuera la llave para volvernos seres razonables,
enseñar a pensar críticamente no es sencillo, porque tenemos una tendencia
natural a defender nuestros prejuicios, para evitar los costos que nos genera
enfrentarnos con evidencia contraria a nuestras ideas preconcebidas.
Pese a lo
que usualmente se piensa, la aparición de las redes sociales puede haber
dificultado el escape de las creencias erróneas. Hoy resulta poco costoso
aislarse eligiendo amigos que piensan parecido, y se tienden a intercambiar
opiniones con… quienes opinan lo mismo que nosotros. La ideologización
reciente de algunos medios tampoco ayuda, porque tienta al público a ocupar un
lugar confortable donde se irradian sus preferencias más enraizadas, dejando
poco espacio para la reflexión. Los supuestos programas de TV con “polémica”,
para colmo, parecen obstinarse en mostrar que las discusiones no pueden ni deben ser
civilizadas, ordenadas ni respetuosas. Es difícil ganar claridad en nuestras
ideas desde donde solo se escucha al que grita más fuerte, o al que logra
imponerse mediante una frase pomposa, por más vacía que sea.
Tribus
El
concepto de moda para definir el encierro en ideas preconcebidas es
“epistemología tribal”: la información que se transmite no busca respetar los
estándares de evidencia, sino apoyar los valores y objetivos de la “tribu” a la
que se defiende. Lamentablemente para quienes creen que esto puede subsanarse
fácilmente, es posible que esta estrategia haya jugado un rol en la evolución. A
lo largo de la historia humana, las tribus o coaliciones han sido fundamentales
para vencer en las batallas, obtener recursos económicos, y… ganar discusiones.
Lo que mantiene las coaliciones unidas son las historias distintivas, que les
permiten al mismo tiempo diferenciarse de las demás, y a la vez inducir una
fuerte uniformidad interna. La religión y los partidos políticos, desde luego, son
los ejemplos típicos, pero también hay coaliciones donde el pensamiento mágico e
imaginario constituyen el lazo unificador. Para estas tribus los hechos reales
poco importan, porque desdibujan su lógica diferencial: cualquiera estaría de
acuerdo con que las hadas no existen. La clave está en ubicarse a cierta
distancia de la evidencia y la racionalidad obvias, para poder trazar una
identidad propia y fortalecerse frente a otras tribus. Una propiedad de las
coaliciones es su dinámica polarizadora: cuánto más contraste una coalición con
otra, mayores posibilidades de que esa tribu sume seguidores, ya que para el
público no definido mantenerse en la diversidad de “Corea del Centro” puede ser
muy costoso.
Conclusión escéptica
Los
pensamientos mágicos, las utopías, las paranoias y otros caprichos de la
imaginación fueron, son y serán un acompañante obligado de los humanos, y
seguramente formarán parte de nuestra realidad política por mucho tiempo más. Pero
no hay que ser tan escéptico, porque en cierto modo hemos progresado. En la Edad
Media la brujería se castigaba con la muerte, mientras que en la actualidad las
creencias infundadas ya no suelen derivar en situaciones violentas. La otra
buena noticia es que el juicio crítico basado en la razón y la evidencia está
comenzando a extenderse, y en el futuro los crédulos serán minoría. Al menos eso
es lo que decía el horóscopo de hoy.
*Este artículo está basado en esta genial nota de Steven Novella.
*Este artículo está basado en esta genial nota de Steven Novella.
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