¿Cuántas veces hemos escuchado la
queja de que la gente “no dice lo que piensa”, sugiriendo que si lo hiciera, estaríamos mucho mejor como sociedad? El reclamo proviene de una supuesta falta
de honestidad entre lo que uno “realmente piensa”, y lo que dice en público.
Pero… ¿es posible que esto sea así? Varias razones para creer que no.
Primero, recordemos que cada uno de nosotros suele pensar que somos más honrados que el resto.
Seguro se acuerdan de esos experimentos en los que se pide ubicarse en un ranking
de decencia. Normalmente, más del 80% asegura que está por encima de la
mediana, o incluso más arriba. Quizás nos consideramos más virtuosos
que el resto porque nuestros yerros son para nosotros meras equivocaciones,
pero para el resto constituyen un plan maquiavélico para joder al prójimo. Al resto, nuestras
explicaciones les suenan a excusas injustificables. La gente piensa una
cosa, y dice otra. Son todos garcas, menos yo.
Segundo, la gente suele juzgar al
otro en función de una pocas situaciones a las cuales pondera mucho. Nos ocupamos de descartar lo que consideramos irrelevante de la personalidad ajena, y en base a dos o tres actitudes entendemos que hemos logrado determinar el verdadero
carácter de la persona. Podrás haber sido la mejor persona del mundo durante
toda tu vida, pero ese momento de distracción mirando el celular que te hizo
atropellar a alguien delata que, en el fondo, eras una porquería de persona.
Usarás mil excusas para disculparte, pero en el fondo decís una cosa, pensás
otra. Guacho.
Tercero, en general no es cierto
que tengamos un conjunto de pensamientos claros y definidos para opinar sobre
todo. El 99% de nuestras opiniones no surge de un grupo de ideas preconcebidas,
sino que suele ser una construcción artificial y automática basada en algunos
parámetros ideológicos que creemos que respetamos. Pero el resto del mundo está
convencido de que nuestra ideología profunda permea todo lo que decimos, nos
nubla la vista y nos hace decir cosas que en realidad no pensamos para
ocultarla. Cuando tras una larga discusión aparece la irremediable acusación de
“fascista”, el acusador nos habla como si, finalmente, él se
hubiera dado cuenta de nuestra oculta y verdadera forma de pensar, que no
queríamos develar con nuestras palabras. Todo el mundo es fascista, menos yo.
Además de estos sesgos típicos de
la comunicación y discusión humanas, hay limitaciones naturales para decir lo
que pensamos.
Por un lado, es literalmente
imposible entender nuestros pensamientos. Las cosas que aparecen en nuestra
cabeza se presentan de manera confusa, mezclada, muchas veces inconsciente. Por
ejemplo, suele ser casi imposible describir un sueño con precisión, pese a lo
vívido, claro y coherente que nos pareció mientras dormíamos. Decididamente,
casi nunca hay forma de transformar un pensamiento en habla de una manera precisa y
coherente.
Por el otro, también puede ser
imposible decir lo que uno quiere decir. Quiero decir (bueno, no podría, pero
lo voy a intentar), supongamos que tengo una idea clara en la cabeza, y solo la
quiero trasmitir. ¿Puedo? Bueno, este post
dice que no. No es que no queremos, o que estamos socialmente condicionados
para no hacerlo. Literalmente no hay forma de hacerlo. Esto se debe a que, por
defecto, los seres humanos elaboramos de manera automática un análisis probabilístico
implícito a la velocidad de la luz sobre la información social de cada momento
de nuestras vidas.
Por ejemplo, Bob está viendo un
programa de televisión y Alice pregunta qué está mirando. La mayoría de las
veces, esto principalmente es una solicitud de información: Alice quiere saber
qué está mirando Bob. Pero hay cierta probabilidad de que Alice
quiera ver el programa con Bob en función de qué programa esté viendo. Incluso
hay una posibilidad de que Alice sepa qué espectáculo es, y está utilizando la
pregunta solo para empezar una conversación. O planea distraerlo para
apuñalarlo con un cuchillo. Por lo tanto, no existe tal cosa como que alguien
diga lo que quiere decir en un contexto social normal. Ninguna.
Espero que de este post haya
surgido la verdadera naturaleza de mis pensamientos. Que tengan buenos días (en
realidad, malos).
Hola, ese es tu nombre? De dónde sos? Yo soy julio César petruzza
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