lunes, 10 de octubre de 2016

EL NOBEL DE LA SEMANA




Hoy se entregó el Premio Nobel, o mejor dicho, el Premio del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel, esa distinción falsa y oportunista creada por nosotros mismos para premiarnos por una disciplina que todavía tiene que demostrar que es ciencia (me parece bastante absurdo que haya Nobel de economía y no de matemáticas, por ejemplo). Pero este no es un post anti-nóbel, porque estas críticas ya existen, por ejemplo acá. O si no querés leer, está esto. Como en Dos Tipos de Cambio no criticamos a nadie, salvo a los que se lo merecen, solo te contamos en palabras simples algunos aportes de estos muchachos.

Pero antes de escribir quisiera tipear una palabras. Este es un nóbel de esos que premian la apertura de nuevas ramas de estudio en economía, que permiten expandir el alcance del análisis y relacionarlo con otras disciplinas. Con el mismo criterio se otorgaron los premios de 2012 (Roth y Shapley por diseño de mecanismos), 2009 (Ostrom y Williamson por bienes públicos) y 2003 (Engle y Granger por econometría). Para mí estos son los mejores, porque te permiten aprender ideas nuevas, algo que pasa casi siempre en el otro gran premio de los economistas: la John Bates Clark Medal, otorgada al mejor economista joven de EEUU. Igual, el premio de 2016 tampoco refiere a un tema demasiado novedoso, como veremos enseguida.

Los ganadores de 2016 fueron Oliver Hart (inglés) y Bengt Holmström (finlandés), por desarrollar la teoría de contratos. A continuación algunas de sus ideas.

Como punto de partida, los autores reconocen la importancia de los contratos, es decir, el hecho de que un contrato no constituye una "imperfección de mercado" sino una regulación necesaria para un mejor funcionamiento económico. Existen contratos en muchos ámbitos, pero quizás los más extendidos sean los financieros (contrato que dice que uno le debe guita a otro) y los laborales (contrato salarial). 

Estos pibes contribuyeron a pensar en el problema de principal-agente, un concepto usado en varias ramas de la economía. Como el capitalismo tiene muy poco de meritocrático, los dueños y los que manejan la empresa suelen no ser la misma persona (de modo que el dueño cobra por ser dueño, y no hace un soto). En una empresa, el principal es el dueño (o accionista) y el agente es el empleado que está a cargo, o sea, el ejecutivo. El problema que se suscita es que ambos tienen objetivos distintos. El dueño quiere maximizar ganancias mientras es dueño (largo plazo) y el ejecutivo quiere maximizar su salario y las ganancias de la firma sólo mientras él está (corto plazo). Los nobeles diseñaron contratos para tratar de alinear estos incentivos dispares, que han sido ilustrados por el refrán popular que dice que "el ojo del amo engorda el ganado". 

Hay un par de cuestiones interesantes acerca de estos hallazgos. Una es que para suavizar el problema principal-agente se le puede pagar al agente en función del precio futuro de las acciones de la empresa, y todos contentos. Pero ojo, porque el valor de las acciones de la firma A no depende solamente de sí misma, porque a veces estos valores mejoran por motivos macroeconómicos (o especulativos). Así que el pago debe asociarse a la diferencia entre la evolución de las acciones de A y las del resto. 

Otra aplicación importante es la cuestión de la propiedad pública o privada de algunos servicios públicos como salud o educación. Cuando el dueño es el Estado, los ejecutivos no tienen un incentivo personal para realizar mejoras, porque es raro que se les reconozca. Pero cuando el servicio es privado, la obsesión por la baja de costos suele reducir la calidad del servicio, como pasó en EEUU con las prisiones privadas, que mantenían a los presos en condiciones inhumanas por puras razones de interés privado.

Como siempre, estos resultados dependen crucialmente del supuesto del homo economicus, súper egoísta y súper calculista. Por lo tanto, ignora otras posibilidades, como la que haya gente solidaria autoseleccionada para administrar bienes públicos.

Para finalizar, digamos que aun cuando el tema no es muy conocido, esta rama no es nada nueva. Hart y Holmström empezaron a estudiar estas cosas a fines de los 70s y sus aportes, si bien han servido, no han tenido desarrollos recientes de suma importancia. Estamos, por tanto, ante un Nóbel más bien de reconocimiento histórico, como pasó con Tirole (2014) o Deaton (2015). Según parece, esta es la tendencia que debemos esperar en los futuros premios.














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