Con cada nuevo proyecto,
Sebastián Campanario libera más y más endorfinas, y ya no es obvio definir puntillosamente sus intereses profesionales. Recibido de economista, la profesión y su derrotero tradicional lo aburrió pronto
y nos lo hizo saber en Economía de lo Insólito, un libro que
nos quiso convencer de que “la ciencia sombría” tenía su costado entretenido.
Su segundo libro, Otra Vuelta a la Economía escrito con Martín Lousteau, soltó nuevas
amarras y siguió tomando distancia de la teoría económica.
Pero con Ideas en la Ducha, Campanario parece estar definitivamente en su salsa. Allí cocina a lo grande y se nota que habla de lo que le gusta. Ideas en la Ducha recorre la enorme cantidad de aristas
que puede tener la creatividad, la tecnología y las ideas en general.
Las líneas ametrallan al lector con una amplia variedad de
contenidos donde queda claro que lo que menos importa es la línea de llegada.
Es que el objetivo del autor no es cerrar conclusiones sino, a la manera de
Narnia, abrir puertas hacia un mundo completamente novedoso y fascinante.
El libro propone de entrada los
viejos trucos para estimular la creatividad, pero pronto se aparta
de esta estrategia, que uno puede encontrar detallada en
los libros de Estanislao Bachrach. Y entonces
sí, empiezan esos disparos que, lejos de terminar con nuestra vida, nos
despiertan una indómita curiosidad. Campanario no pretende profundizar cada
idea, solo tira y tira. Y paradójicamente,
esta aparente limitación termina creando en el lector la necesidad de buscar,
de meterse, de preguntarse. Casi sin proponérselo, el libro induce al lector a
ser él mismo un creativo. Es literalmente imposible leer de
corrido sin parar a buscar una información en Internet, a bajarse una
aplicación, o a ver un video recomendado en Youtube.
Ideas en la Ducha capta muy bien la dinámica de la creatividad actual: un
verdadero caos de imaginación e ideas al cual es muy difícil encontrarle una
estructura coherente, o un objetivo definido, ya que los desarrollos creativos
apuntan hacia los cuatro puntos cardinales (y sus combinaciones).
En esta confusión, uno se siente
tentado a sentir que las ciencias sociales deberían dedicarse a buscar un hilo
conductor entre tanto desaguisado. La economía en particular, con sus
pretendidas credenciales de ciencia, sufre
mucho para entender las nuevas tendencias en materia de creatividad y nuevas
tecnologías, especialmente en tres aspectos: su medición, sus causas teóricas y las
políticas adecuadas para estimularla.
La creatividad tiene tantas variantes
y combinaciones posibles que medir sus impactos es dificultoso. Se ha afirmado que las nuevas tecnologías tienen un impacto
moderado en el crecimiento, y que los avances del pasado eran mucho más
importantes para aumentar la productividad total. Por ejemplo, se dice que la
invención del lavarropas automático liberó una enorme cantidad de horas
disponibles de las amas de casa, quienes gracias a esto pudieron incorporarse a
la fuerza de trabajo. Este tipo de avances tecnológicos para afectar el
crecimiento, se dice, ya no será equiparado.
Pero esto es engañoso, porque se asume que lo único que genera bienestar económico es aquello que se refleja en el PIB. Pero a mí me suena, como a Campanario, que la
enorme mayoría de los ideas recientes no son pasibles de ser medidos
directamente, pero posiblemente mejoren dramáticamente la vida diaria de la
gente. ¿Qué valor le damos a la posibilidad de contar con un conocimiento casi
instantáneo de ideas y creaciones producidas en todo el mundo? ¿Cuánto nos
permite ahorrar el hecho de poder comunicarnos inmediata, continua y casi gratuitamente
con personas que viven del otro lado del mundo? ¿Qué valor social le damos a la
capacidad de resolver conflictos y dudas en tiempo real buscando respuestas en wikipedia
o sitios de la web similares? ¿Cuánto mejoró nuestra vida social gracias a las
enormes posibilidades que nos brindan las redes actuales? Un lavarropas nos
ahorrará horas de trabajo medibles, pero las tecnologías actuales nos ahorran
horas de esfuerzo no medibles.
Los economistas han tenido desde
siempre un enorme lío para explicar teóricamente el rol de la tecnología en el
crecimiento económico. En sus inicios, fue Solow quien propuso que buena parte
de nuestro desarrollo provenía del indescifrable concepto de “productividad total
de los factores”, que además era exógeno a la dinámica de las variables
conocidas. El paso del tiempo no cambió
en lo esencial este estado de cosas y hoy estamos lejos de comprender
cabalmente qué es lo que enciende y sostiene un proceso de crecimiento de largo
plazo. Mucho menos sabemos de las relaciones entre creatividad y bienestar
económico; o de los ámbitos en donde estos procesos tienen más chances de aparecer;
o de las creaciones más efectivas para estimular el crecimiento. Menos aun
sabemos sobre la relación entre tecnologías, ideas y sus consecuencias sobre la
distribución del ingreso, un tema central para entender si estas tendencias
pueden o no anticipar futuros conflictos sociales.
Finalmente, hay poco para decir
sobre las políticas económicas que estimularían la creatividad y el ingenio. No
es claro siquiera qué tipo de estructura económica es la más adecuada: los
países escandinavos y Estados Unidos, con enormes diferencias en cuanto al
alcance del estado de bienestar, producen ideas brillantes por igual. Tampoco
es obvia la relación entre la estabilidad macroeconómica y la creatividad:
según el propio Campanario nuestro país, con problemas históricos en este
rubro, es reconocido como un activo participante en el mundo de las ideas.
Ideas en la ducha es una
metáfora sobre nuestro estado del conocimiento sobre algo tan importante como
la creatividad y las nuevas tecnologías: un libro turbulento, desordenado, y
estimulante. Y esto es solo el principio, porque una propiedad fácilmente
identificable de la dinámica de las ideas es que traen a colación nuevas ideas.
La creatividad es una carrera alocada con cada vez más ramificaciones, con cada
vez más actores, y cada vez menos comprensible y asequible. Sonó la campana de salida, Campanario se subió al tren, pero el tren
acelera y quizás en el futuro ya no sea posible organizar y clasificar todo lo que
hay de nuevo en un solo libro. Mientras tanto, esperemos encontrar bajo la
ducha el santo grial del crecimiento.
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